Francisco Rivera Ordóñez, en los últimos años Paquirri como su padre, ha puesto fin a su carrera esta tarde en la plaza Pignatelli de Zaragoza. Sin avisar y sin arrastrar…
Francisco Rivera Ordóñez, en los últimos años Paquirri como su padre, ha puesto fin a su carrera esta tarde en la plaza Pignatelli de Zaragoza. Sin avisar y sin arrastrar su torerísimo nombre por los ruedos, en una despedida comercial para extraer de los públicos los euros de la nostalgia. Ahora podrán dormir tranquilos aquellos que le organizaban la protesta de cada día, injusta las más de las veces, simplemente porque no podían resistir una estirpe torera de tanta solera que se remonta a aquel excelso torero que era de Ronda y se llamaba Cayetano. El Niño de La Palma fue bisabuelo del hijo del gran Paquirri que paso a la gloria de la Tauromaquia en Pozoblanco. Antonio Ordoñez su abuelo y Luis Miguel “Dominguín” su tío-abuelo. ¿Cabe más sangre torera en las venas de un matador de toros?
Su fama comenzó con la triunfal alternativa que afrontó en condiciones físicas muy difíciles de la mano de Manolo Camará. Sevilla fue la plataforma de la que salió disparado con fama de valiente y poseedor de buenas maneras. Aquel año toreó en todas las ferias, me lo presentó Manolo Flores en Alicante y he cambiado algunas palabras con él en diversos lugares y ocasiones. Luego Manolo González, hijo de un genio torero de mi juventud y amigo de mi amigo más querido, lo ha llevado de mano maestra hasta aquí. Siempre me pareció Francisco un hombre educado y cordial, al que traté de juzgar como torero en su mismidad, sin tener en cuenta las monsergas de la prensa del cuore y la inquina de los que le atacaban precisamente por eso. Se va un torero que durante muchos años ha honrado con valor, no exento de buena técnica y un innegable buen gusto, tres caudales de torerísima sangre. El descanso se lo merece, y pasar a la historia como un buen torero también.
