La revolera

Las figuras deben dar el paso

Paco Mora
lunes 12 de agosto de 2013

Las máximas figuras del toreo de todos los tiempos, cuando de veras han tenido tirón en las taquillas, han marcado también el desarrollo de la ganadería de bravo. Joselito y Belmonte, pese a que tuvieron sus detractores en ese aspecto…

Las máximas figuras del toreo de todos los tiempos, cuando de veras han tenido tirón en las taquillas, han marcado también el desarrollo de la ganadería de bravo. Joselito y Belmonte, pese a que tuvieron sus detractores en ese aspecto, en muchas ocasiones injustamente, fueron quizás los dos toreros que más velaron porque  saliera a la plaza el toro íntegro, encastado y con auténtico trapío.  Su orgullo profesional les obligaba a ello. Ahora, son también los más taquilleros los que imponen en las ferias, salvo en las de Pamplona y Bilbao -en esta “ma non troppo”- el encaste y el tipo del toro, pero muchas veces dejando a un lado la dignidad profesional que cabría suponerles. Ahí está la pifia de El Juli en la Feria de Julio de Valencia, con las consecuencias que tuvo para la propia feria y el desencanto e irritación de los aficionados que esperaban lo mejor del de Velilla de San Antonio, después de su larga ausencia como castigo a la empresa por su actitud ante el felizmente fenecido G10. Castigo que alcanzó injustificadamente a los aficionados. No obstante, parece que no le ha servido de escarmiento y continúa anunciándose con los terroríficos Garcichicos.

Tal como están las cosas, con el espectacular bajón de corridas celebradas y la desertización de los tendidos, excepto en unas cuantas ferias cuyo prestigio es muy difícil dilapidar a corto plazo, se echa de menos aquella casta de José y Juan para exigir el toro-toro para sentirse con justicia los mandones de la Fiesta en su tiempo. Deberían ser El Juli, Morante, Manzanares, Castella y Talavante quienes se disputaran los toros de Fuente Ymbro –Perera no les ha hecho ascos nunca-, así como los de Cuadri, Miura, Victorino, Aguirre y demás hierros duros y exigentes. En tiempos difíciles urgen las decisiones valientes y firmes, si no queremos que la Fiesta vaya decayendo a una velocidad superior a sus perspectivas de futuro. Y el toreo, es más importante que la comodidad de quienes se creen el ombligo del mismo. Mañana puede ser tarde. Y no sólo para la Fiesta sino también para algunos toreros que se sienten indispensables, aunque no sean capaces de llenar una plaza por sí solos y a veces ni siquiera acartelados con otros dos de su categoría en el escalafón.

O retorna pronto la emoción a la Fiesta o esto acabará convertido en un espectáculo folclórico-popular sin mayor relevancia.

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