La crónica de José Luis Benlloch en Las Provincias
(Foto: Rullot)(Foto: Rullot)

Román puso al público y a los médicos en vilo

José Luis Benlloch
lunes 28 de julio de 2014

Los doctores con un pie en el estribo y el público en vilo, así se vivió la primera faena de Román. Tragaba saliva el público, tragaba paquete o eso supongo, el torero porque…

Los doctores con un pie en el estribo y el público en vilo, así se vivió la primera faena de Román. Tragaba saliva el público, tragaba paquete o eso supongo, el torero porque parecerlo no lo parecía, los había que pedían sin éxito que matase al toro, Román, oídos sordos, insistía e insistía en su empeño, la muleta adelante y abajo, tal como le han explicado que debe hacerse el toreo, desde muy adelante a muy atrás. Unas veces surgían los pases con dominio, otras surgían porque Dios es bueno y está para ocasiones como esta, en las que un chico que quiere abrirse paso en el toreo se pone la técnica por montera y sale al ataque, con el cuchillo entre los dientes y el corazón queriéndosele salir del pecho, estrategia o técnica que de toda la vida se conoció como salir a lo que Dios quiera. Le avisó el toro un par de veces y lo cogió otra, sin consecuencias o sin más consecuencias que cierto deterioro indumentario, mientras, el equipo médico que a esas alturas ya había atendido a César Fernández de una cogida tremenda, se mantenía alerta y preocupado. El toro tenía una agresividad palpable, cara de listo, pitones astifinos y abiertos y un carácter que para qué. Se había visto en la cogida de César, al que volteó y corneó con saña mientras bregaba con él. Felizmente las consecuencias fueron menos de lo que parecía en un principio, por lo dicho, porque hay Dios y una larga nómina de santos que en trances así acuden al quite de esta locura que es el toreo. Tan activa anduvo la santa providencia que César se levantó por su pie y en un arranque de arriesgado amor propio se puso en sus manos y continuó lidiando.

La actitud de Román por temeraria nunca debe criticarse. Dicho a modo de aviso a los navegantes de la crítica y demás especialistas en depurar responsabilidades. Su postura, la de Román, es justo la que corresponde a un debutante en plaza de primera. Y no sólo debutaba, la de ayer se puede considerar como la tarde de la alternativa real tras doctorarse en Nimes. Dato que viene a subrayar su ternura y sus urgencias. Arranques y apuestas como la suya frente al conservadurismo imperante de los técnicos, aliviarían no saben cuánto la crisis de un arte que creció sobre la base de emociones fuertes y que tantas y tantas veces se echa de menos. 

En el toro de Luque ya había entrado Román en quites con desparpajo y arrojo. Una saltillera, un farol, una gaonera, media verónica, todas las suertes combinadas con una soltura que no acaba de alcanzar en el toreo a la verónica. En ese punto rompió el hielo, soltó los nervios, avisó de cuáles eran sus intenciones y en su toro llegó el canto a la entrega que les he reseñado para abrir la crónica. Hubo toreo bueno, ese de mano baja que tanto conecta con los tendidos y que tan natural le sale a Román y hubo esas lagunas técnicas que tanto angustiaban y tan poco parecían importarle, que afortunadamente solo se tradujeron en varios apretones y una voltereta. Unas manoletinas finales y una estocada pusieron en sus manos una oreja de ley que le entreabría la ansiada Puerta Grande. 

La segunda oreja la consiguió en el sexto por una faena de mayor reposo porque el toro tenía más templanza y él menos urgencias, así que hubo menos congoja y los ¡uy! dieron paso a los olés. Un pinchazo no fue argumento suficiente para rebajar el grado de complicidad del público que pidió con fuerza la oreja. Ese trofeo no tuvo la contundencia del primero pero le abría la Puerta Grande que tantas veces le habían negado en esta su plaza. Ya saben, Román pide paso, al estilo de siempre, valiéndose del corazón cuando no le daba la técnica. Tiempo es lo que necesita.

En ese toro surgió la cogida de Miguel Ángel García, al que los amigos llaman El Potro, la cogida de César le había dejado la responsabilidad de banderillear por delante y él, siempre tan poderoso y tan fácil, se vio sorprendido por el toro que le esperó y le echó mano con certeza en cuanto se reunió para clavar. De un golpe seco le atravesó el muslo. Mala suerte o buena, si pensamos lo que pudo pasar y no pasó o si el percance hubiese ocurrido lejos de un equipo médico como el de Valencia. Son las cosas que trae el toro, ahora a reponerse.

La sazón de Luque

A Luque, hay que ver como pasa el tiempo, le correspondió el papel de torero en sazón y lo interpretó a la perfección. Sobre todo con la capa estuvo a la altura de una feria como la de Valencia. Lo mejor fueron los lances de recibo. A la verónica, con precioso y alado vuelo del capote, pausado y gustoso, muy de su Sevilla, generoso en la medida, hasta una docena de verónicas surgieron de su capotillo, todo engarzado y magnificado con un detalle de los que ya apenas se ven, el de ganar terreno, un lance un paso, adelante claro, esa es la fórmula mágica, desde el tercio hasta los medios, lanzar el capote, enganchar el toro, llevarle y vaciarlo, para volver a ganar un paso, lanzar el capote, engancharlo… Así que cuando remató en los medios la plaza entera, los que chanelan de toros y los que no, celebran el toreo de capa como debe hacerse el toreo de capa, en este caso al estilo Luque, mecido, suave y mandón a la vez. 

La faena de muleta tuvo argumento y buena técnica, si acaso le faltó tensión, pero no le cabe un solo reproche técnico, le dio la pausa necesaria al toro, evitó cualquier violencia, engarzó los muletazos y privó la facilidad sobre todo lo demás, la difícil facilidad que le situaba en la acera contraria a la de Román, justo lo que le correspondía a su estatus de torero hecho. Mató de una estocada, se amorcilló el toro, se impuso esa obsesión actual de no descabellar, se alargó la situación, llegaron los avisos y el premio quedó reducido a una fuerte ovación. Su segundo fue un pasmarote sin gracia y sin posibilidades. Así que le aplicó aseo y brevedad que es lo que procedía.

Castella al que abrió plaza le endilgó muletazos sueltos de calidad, alguno de mucha calidad, pero al trasteo le faltó continuidad, fundamentalmente por las claudicaciones del toro cuando el torero apretaba en busca de emociones. En su segundo ante la falta de condición apostó por arrimarse, tanto que se montó encima, tanto que le aplaudieron con fuerza y todos entendieron que si uno no quiere dos no riñen y el toro en esa lid se vio apabullado.

Con todo lo de Román y lo de Luque, se  me había olvidado contarles que la plaza registró una pobre entrada, bastante menos de media, lo que vino a cargar de argumentos la vía nocturna como solución a una feria a la que han derretido el calor y el absentismo de las figuras que eligieron la playa. Les tengo que decir que la corrida de Cuvillo estuvo correctamente presentada, que los tres primeros dieron más opciones que los tres últimos. Que el que rompió plaza era un dibujo de puro bonito, si acaso chico para lo que se ha llevado esta feria pero a nadie le pareció mal y luego embistió por abajo aunque le faltó continuidad; que el segundo fue excelente, tuvo nobleza y ritmo; que el tercero fue el espabilado que puso a prueba a Román y a todos sus santos protectores; que el cuarto fue noble y muy simplón, de los que ni molestan ni emocionan; que el quinto estuvo falto de celo, lo que le llevaba a salir con la cara alta y acabar desentendiéndose de la pelea; y el sexto tuvo abundante clase y escasa raza, de tal manera que pedía medida y mimo para no destemplar la guitarra. Y hoy la reaparición de los cuadri y la vuelta de Duque. Otro guión.

CRÓNICA PUBLICADA EL DOMINGO 27 DE JULIO EN EL PERIÓDICO LAS PROVINCIAS

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