Del prohibido prohibir a la intolerancia

José Luis Benlloch
martes 29 de julio de 2014

Els bous al carrer no se razonan, es una pasión, gustan o no gustan, como los amores a un equipo de fútbol o a una tierra o a una ideología o a una bandera, se comparten o no se comparten y al final tienen aceptación o desaparecen… pero no se prohíben…

En este nuestro país de nuestras apreturas y de nuestras banderías, subyace una afición enfermiza a prohibir que emerge furibunda en cuanto barruntan el caldo de cultivo que creen favorable. Sucede sin distinción de bando ni sexo, en un extremo y otro del abanico ideológico. Los síntomas aparecen precipitadamente, aún a riesgo de delatar su tendencia al pensamiento único. Huelen sangre o titulares, en este caso a sangre y titulares y se quitan prestos la careta de falsos progres. ¡Hay que prohibirlo, claman! Lo plantean sin pudor, sin sentido de la realidad ni siquiera de la oportunidad electoral a decir de algunos colegas suyos. Debe ser un subidón consecuencia del estado de improductividad ideológica que nos ha traído hasta aquí. Lo último ha sido la fulgurante aparición en el escenario público de la representante de Esquerra Unida, anunciando que presentará en les Corts una proposición no de ley (PNL) proponiendo la abolición de los bous al carrer a cuenta del lamentable percance que sufrió una vecina de Picassent al ser embestida por un toro. Accidente que todos sentimos profundamente.

Si el argumento es la falta de seguridad, exijan seguridad. Así de sencillo. Por cierto, la normativa valenciana al respecto es una de las más depuradas y avanzadas de España en cuanto a seguridad de los hombres y respeto a los animales. Que se haga cumplir y si hiciese falta ir más allá, que se vaya, pero prohibir… suena a exceso cuanto menos. Y hasta entra en la terminología propia de los estados de excepción. Ha faltado el bando. Por el argumentario de la señora diputada llegaríamos a la prehistoria. Si la salida de las vacaciones genera un sinfín de muertos -cada día menos, afortunadamente- prohibamos las vacaciones o el uso del coche o de la moto, pero a nadie se le ocurre semejante extremismo, simplemente se pide regular mejor el tráfico y aumentar las medidas de seguridad. Si fumar crea graves problemas de salud, bastantes más que el bou embolat, y genera un costo tremendo en las arcas públicas, se educa a la gente, se le informa de las consecuencias, se limitan los espacios para que quien decida no fumar no fume ni tenga que soportar los humos del vecino. Lo mismo podríamos decir de les despertaes o de les cordaes o de las molestias de las fallas a quienes no le gustan las fallas, a mí me gustan y ni qué decir del botellón aunque yo no sé si la señora diputada ha propuesto su prohibición o simplemente entiende que se debe regular y evitar desde la información. Ello sin entrar en ejemplos de antecedentes prohibicionistas sobre otros consumos bajo el argumento de la peligrosidad o la salud pública, sobre los que las últimas tendencias en los países más modernos apuntan a su liberación. Y en esa línea yo preferiré siempre un bou controlado a un bou clandestino que es lo que ocurriría.

PROHIBIR UNA ACTIVIDAD CONSTITUCIONAL NO TIENE LÓGICA
Dicho lo dicho cabría recordar que la tauromaquia en las distintas versiones con las que se produce en España están protegidas por la Constitución como bien cultural de este país a través de la Ley 18/2013 y hasta se conceden premios al más alto rango estatal. El último gobierno socialista, por cierto, la cobijó bajo la tutela del Ministerio de Cultura. Seamos consecuentes, pues. Y no soy experto pero supongo que prohibir una actividad constitucional no tiene lógica ni puede tener respaldo jurídico. Quedó claro los últimos meses que con la legislación vigente las comunidades autónomas pueden gestionar pero no tienen competencia para prohibir. Y en todo caso, si se hace puede suceder lo que en Cataluña está a punto de suceder con las corridas de toros, que el Constitucional anule la prohibición. Por cierto en Cataluña, donde la cuestión antitaurina ha sido utilizada como bandera identitaria en su lucha nacionalista, llegando a contratar expertos animalistas para que les ayudasen, han mantenido en la legalidad sus correbous, equivalente muy directo de nuestros bous al carrer. Sus motivos tendrán. Por ejemplo que se trata de un ejercicio libre de sus gentes, en este caso de las nuestras, que cumplen con las leyes, gastan su dinero recaudado con el esfuerzo personal -si en algún caso reciben algún tipo de ayuda siempre es menos que las de cualquier otra actividad festiva- y dedican tiempo e ilusiones durante todo un año para celebrar sus bous al carrer. Nadie impone nada. Y no se trata de un caso aislado ni mucho menos es un ejercicio lúdico obsoleto porque un columnista lo decida o le parezca a determinado grupo político en busca de su poza electoral. Hay números y cifras apabullantes que les da plena vigencia. En los pueblos de la Comunidad se celebraron 6.139 festejos durante el año 2013, en los que participaron, según cálculos estimativos, más de seis millones de personas. Espectadores obviamente debieron ser más, bastantes más de los que le han concedido a su señoría la representación parlamentaria que ostenta y que yo quiero respetar a la vez que le quiero exigir respeto.

Sin abandonar el terreno político y sin querer caer en la maldad dialéctica de aproximar ideologías, recordaré que se les adelantaron en sus pretensiones prohibicionistas, que els bous al carrer estuvieron prohibidos en tiempos de la dictadura y que finalmente no hubo gobernador civil capaz de erradicarlos. Eso a pesar de que la desobediencia civil que practicaron en nuestros pueblos para poder dar bous, y que ahora puede sonar a chascarrillo, entonces tenía su riesgo legal y hasta físico añadido al peligro del toro. No les importaba y daban toros.

En este caso el peso de la realidad social y cultural se ha impuesto y a las pocas horas parece desactivada la declaración de la diputada de Esquerra Unida. El PP se ha reafirmado en su respaldo a los toros y los portavoces de Compromís y PSOE se han desmarcado de la movida, aunque en el último caso con la pobre argumentación de que suponía dar armas electorales al PP, quiere decirse que le han puesto una vela a Dios y otra al diablo. La calma que ha llegado poco después viene a demostrar que la polémica tenía mucho de ficticia. Naturalmente respeto el posicionamiento contrario els bous, pero exijo lógica argumental y sobre todo respeto para los miles de valencianos que gustan y sienten las emociones de una fiesta que vivieron desde niños.

Una apostilla final, el toreo, en este caso els bous al carrer, no se razonan, es una pasión, gustan o no gustan, como los amores a un equipo de fútbol o a una tierra o a una ideología o a una bandera, se comparten o no se comparten y al final tienen aceptación o desaparecen… pero no se prohíben. Yo personalmente no soy un gran aficionado als bous al carrer, pero la polémica me ha despertado la curiosidad y estoy por frecuentarlos este verano y no descarten que esa sea una reacción generalizada a la postura de la diputada.

Si no estuviese tan manido, acabaría esta exposición con aquel lema de mi tiempo, de prohibido prohibir, que nos trajo la posibilidad de discrepar y la pluralidad ideológica que algunos pretenden desmontar. No prohíban, respeten, legislen y establezcan prioridades, a muchos, a la sociedad civil en general, nos preocupan más otras cuestiones, sanitarias, económicas, sociales, humanitarias…

Posdata.- A toda la argumentación anterior habría que añadirle razones de economía tan prioritarias en estos momentos y hasta medioambientales por la aportación a la defensa de la dehesa que acompaña la cría del toro bravo.

ARTÍCULO PUBLICADO EN EL DIARIO LAS PROVINCIAS

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