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Pescar en las pescaderías

Carlos Ruiz Villasuso
sábado 02 de agosto de 2014

Galicia es ya Pon­tevedra. Los tiempos de La Coruña se hicieron lejanos y parece que ya es improbable hasta el llanto por la feria de María Pita…

Galicia es ya Pon­tevedra. Los tiempos de La Coruña se hicieron lejanos y parece que ya es improbable hasta el llanto por la feria de María Pita. No han prohibido los toros en Galicia. Los hemos prohibido nosotros a fuerza de ver a esa tierra lejana y cansina a fuerza de seguir en nuestro día a día. Que, en parte, consiste en la aceptación de una especie de  determinismo fatal que no es otro que ir admitiendo que cada año se achica nuestro espacio de toros. Que cada año tenemos menos plazas, menos ciudades.

Una mirada desde el este al oeste del litoral norte de nuestro país es un kilométrico mapa no taurino en donde hay islas taurinas: Pontevedra y Bilbao y, cerca, Vitoria y Azpeitia, Santander y Gijón. No es una crítica. Es sólo la descripción de un paisaje objetivo en una zona de España en donde decenas de localidades de Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco y Cataluña, daban toros desde junio hasta septiembre. Tampoco es una mirada melancólica. Es una observación de la memoria histórica del país al que pertenezco. Quizá no haga falta que se prohiban los toros. Quizá es que sólo mueren de muerte natural. Porque se dejan de dar. Pero…

Pongamos entre interrogantes esta frase. ¿Por qué se dejan de dar? No creo que sea por falta de mercado o públicos.  Un asturiano o un gallego se inscribe en la Fiesta igual que un manchego: si se la ofrecen y le ofrecen el divertimento de la emoción.  Yo creo que, por mucho que hayan cambiado los tiempos, hay dos cuestiones que son razones para no dar toros en esos lugares donde se daban. Una: la pérdida del concepto de fiesta y con ella, la segunda, la pérdida del mercado y públicos.

Una corriente de puritanismo, que no de pureza, recorre el mundo chico del toreo desde los focos de opinión: que el toreo que es fiesta de pueblo y para pueblos es, hablando en plata, una mierda. Que el toreo lo es si es el toro-toro y esas cosas de integridad puritana que han comunicado en contra de la integridad del toreo en su esencia: fiesta. Porque es fiesta. No hay festejos en poblaciones si no es porque éstas están en fiestas. La fiesta de los toros es, antes de toros, fiesta.  

Hay que tratar de recuperar esa integridad, esa esencia popular a costa de lo que sea. Hay que tratar de llegar a un acuerdo entre toreros, ganaderos y em­presarios para ir recuperando esos lugares a costa de lo que sea y a riesgo de perderlos para siem­pre. 

No, es que ya somos cultura. ¿Entonces? ¿Por qué dejamos que la cultura se nos muera? Teniendo en cuenta que las instituciones públicas no serán las que organicen y hagan fiesta, debe de ser la gente del toro la que, a costa de lo que sea, recupere al menos una decena de esas localidades del norte donde los toros no están prohibidos. Sencillamente no se dan. 

¿Es tan difícil hacer un calendario de diez días, un arrimar el hombro de todos en diez días? ¿Es tan difícil que las asociaciones trabajen juntas y hagan un mínimo plan de choque aunque no se gane dinero? ¿Es tan imposible que se organicen diez corridas de julio a septiembre en esas localidades?

Si esto es imposible es que todo lo que toreros, ganaderos, empresarios y aficionados afirman sobre su defensa activa de la fiesta y su promoción, es mentira. Dejemos de torear de salón con niños en ciudades donde dan toros. Dejemos de pescar pescado en las pescaderías, que el pescado se pesca en la mar.

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