La crónica de Benlloch en Las Provincias

Pasión sorista en la reaparición del ídolo

José Luis Benlloch
lunes 18 de agosto de 2014

Contra el tiempo, contra los pronósticos, contra la lógica, El Soro mató dos toros en la Fira d’Agost de la secular Xàtiva. Los banderilleó diría que con una pierna, los toreó con garbo de capa, los pasó de muleta con ambición…
Contra el tiempo, contra los pronósticos, contra la lógica, El Soro mató dos toros en la Fira d’Agost de la secular Xàtiva. Los banderilleó diría que con una pierna, los toreó con garbo de capa, los pasó de muleta con ambición, todo muy emotivo, en realidad era como echar una moneda al aire en cada lance, en cada par, en cada encuentro con los toros de Benjumea, y milagro tras milagro, chano, chano, dio una vuelta al ruedo en el primero y le cortó dos orejas a su segundo. No me digan si estuvo bien u ortodoxo o si toreó como había prometido las vísperas en las que había anunciado un travestismo artístico que le acercaba a los clásicos, de eso nada, toreó como ha toreado siempre, con el corazón, a su aire, como un náufrago que avista la costa, a brazada limpia, a empujones. Con esos ingredientes puso la plaza a revientacalderas. Un manicomio en expresión de los viejos revisteros, donde no se atiende a más razones que los impulsos del sentimiento, donde se ve lo que se quiere ver, donde levitas o pereces. Ese fue El Soro de Xàtiva, no lo analicen, sería otra locura indescifrable, disfrútenlo quienes apetezcan disfrutarlo, era su día.

La plaza registro una buena entrada, por encima de la mitad de su aforo, lo que no se recordaba en el remozado coso de la Costera. El de Foios llegó en calesa como hizo la tarde de su ya lejana alternativa, con la misma gestualidad, sonrisa de preocupación y la proximidad a una multitud que se lo comía, que quería ser como El Soro, que quería que triunfase por encima de todo. El Soro enfundado en un ciruela y oro de estreno, envueltos sus miedos en el capote protector de la Virgen de Patrocinio, hizo el paseo renqueante, quiero decir cojo, rematadamente cojo para recordar que el tiempo sí había pasado. Nada le contuvo, nada frenó a nadie, si alguien se contuvo ese fue el presidente que no pareció entender la filosofía del festejo y medía los trofeos como si fuese azafrán, como si se los arrancasen del alma.

A los dos toros los toreó de salida con suficiencia y ánimo a la verónica, que combinó con chicuelinas. Al primero le hizo un quite en el que mezcló delantales y tafalleras con media verónica. Lo banderilleó en primer lugar al cuarteo y todo seguido de dentro afuera con gran exposición, una locura. Al segundo, toro de más cuajo, le armaron la marimorena los tres: Luque al cuarteo, Román al violín y El Soro al hilo de las tablas le pegó un cambio y le clavó al violín en ese par que llama del Micalet. Su primera faena tuvo más templanza, la segunda más hondura; su primer toro fue lo que se dice más a modo, su segundo más toro y más bravo y a los dos les hizo lo que cabía esperar y un poco más. Falló descabellando a su primero y mató con brevedad a su segundo y para entonces ya se habían desbocado las pasiones. Dio la vuelta en su primero, le cortó las dos orejas a su segundo a las que bien se le pudo añadir el rabo si el usía no se hubiese puesto el bigote de salvador del toreo.

LUQUE Y ROMÁN
La tarde tenía otros nombres propios. Luque, que hizo valer su oficio y su torería, y Román, que desde el primer momento puso sobre el tapete la fuerza de su juventud. De Luque me quedo con la faena a su segundo, un dechado de gusto y técnica, con muletazos preciosos, de zapatillas asentadas y perfecto juego de muñeca, apretando cuando debía apretar, dándole ventajas cuando su dominio asfixiaba al benjumea, que se vino abajo en el tramo final. Lo mató de espectacular estocada y le cortó dos orejas. Ya le había cortado una a su primero, que fue tan bonito como complicado y al que se impuso sin despeinarse.

Román atacó toda la tarde. Le cortó una oreja a su primero que debieron ser dos por una faena de buen pulso, en la que le dejó la muleta en la cara para acabar metido entre los pitones. Su segundo trasteo fue la persecución de un manso que no quería pelea y un joven que se negaba a abandonar la plaza a pie, ese era su papel y lo interpretó así.

Al final se desbordó el entusiasmo, salida tumultuosa, sin cabida para los capitalistas profesionales, con los aficionados agolpándose para sacar en volandas, digo en procesión, a los matadores. Al fondo los sones de ‘Valencia’ de Padilla, los gritos de los aficionados, había quien se rasgó la camisa y los había que lloraban mientras a otros no les resistió el corazón y abandonaban la plaza en manos de las asistencias. Dos, al menos dos, se los llevaron las asistencias. El Soro saludaba, los jóvenes no salían del asombro, el sorismo había resucitado. Un milagro. Al acabar, en la frialdad del ordenador, creo que fue una locura que no conviene repetir. No hay que tentar más a la suerte.

CRÓNICA PUBLICADA EN EL DIARIO LAS PROVINCIAS

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