La revolera

Perera, el Torero Pánico

Paco Mora
viernes 12 de septiembre de 2014

La gente estaba asustada y se oían gritos como ¡Qué bárbaro! ¡Esto no hay quien lo aguante! Pedían árnica por miedo al infarto. Si aquello se prolonga cinco minutos más, las asistencias de la Cruz Roja hubieran tenido trabajo en los tendidos. Lo de Perera en la cuarta de la Feria de Albacete ha sido un paso más hacia el valor sin límites. Hasta hoy parecía que el Non Plus Ultra de las cercanías ante los toros lo había puesto el mismo torero de Puebla de Prior con su clásico “arrimón” en el que se rascaba la barriga y los muslos con las puntas de los pitones de los toros. Pero en esta ocasión ha rizado el rizo. Perera se ha ganado con todos los honores el apelativo de “torero pánico”.

La tarde se hundía irremisiblemente. Los “fuenteymbro”, con trapío y caras de Madrid, pero con pocas ganas de dar la mínima facilidad amenazaban con dar al traste con uno de los mejores carteles de la Feria. Pero salió su segundo y el extremeño se fajó con él en unos terrenos agobiantes. Se colocó en sitios prohibitivos, verdaderamente inverosímiles, y extrajo al morlaco pases largos y profundos que parecían salirle de lo más recóndito de su alma. Era como un sortilegio que convertía a Perera en la prueba viva y palpitante de que la Diosa Fortuna ayuda a los valientes y deja que se pierdan los cobardes y los timoratos. Él había ido a la capital manchega para triunfar y lo consiguió a costa de inventarse un terreno en el que no se había visto torear nunca a nadie. El suceso tuvo lugar en la tarde del 11 de septiembre de 2014 en la Plaza de Toros de Albacete. Ese terreno, desde hoy se llamará “el terreno de Perera”.

La plaza enardecida, entre exclamaciones y gritos de temor, acabó en trance, en un ¡ay! largamente sostenido. Aquello parecía un parto multitudinario. Un parto con dolor, porque la gente estaba realmente asustada y se oían gritos como ¡Qué bárbaro! ¡Esto no hay quien lo aguante! ¡Que lo mate ya! Vamos, que pedían árnica por miedo al infarto. Si aquello se prolonga cinco minutos más, las asistencias de la Cruz Roja hubieran tenido trabajo en los tendidos. Se tiró Perera a matar y el toro lo lanzó dramáticamente al aire. El grito de cerca de nueve mil personas le acompañó en la caída. Aguantó el torero en pie a trancas y barrancas hasta recoger el premio a su heroica faena. Después, a la enfermería y luego al Hospital. En las puertas de la plaza ya eran horas de noche cerrada, y todavía se reunían miles de personas lamentando no haberlo podido sacar en hombros por la Puerta Grande.

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