La página de Molés

Corazón torero

Manolo Molés
sábado 20 de diciembre de 2014

Recibo una carta de José Ortega Cano, escrita a mano, escrita con el corazón. José es un buen tío y un gran torero. Y seguro que cometió un grave error que está pagando. La vida, lamentablemente, tiene esas cosas…

Recibo una carta de José Ortega Cano, escrita a mano, escrita con el corazón. José es un buen tío y un gran torero. Y seguro que cometió un grave error que está pagando. La vida, lamentablemente, tiene esas cosas, esos momentos negros, en donde el error te espera y se paga. Lo está pagando y su carta tiene aromas de esperanza, de lección bien aprendida, de ganas de vivir, deseos de libertad que todavía vuela lejos aunque ya podrá asomar de cuando en cuando al recreo de un espacio sin barreras de hierro.

Le noto maduro, feliz con su niño chico, su nuevo amor y hasta sus obligaciones que contrajo junto a Rocío, qué lástima que se fuera tan pronto y sólo nos dejara su voz, la de la más grande pero ahora tan lejos. La niña, que parece sensata además de bella, y el niño, que anda con las querencias erradas y a ver si endereza el rumbo. Y está bien porque en chirona guardianes y colegas han descubierto al Ortega Cano sin excesos fatuos, innecesarios. Al torero valiente y resignado que ha llegado a ser grande al precio de un cuerpo con un espectacular mapa de dolor y cicatrices que pagaron el premio de todas sus tardes de triunfo que fueron muchas y bien sudadas. Corazón torero.

Tres folios a mano desde la cárcel, desde la soledad y los sueños, de aquel muchacho de la Cartago Nova, que se vino con la familia a Madrid a vender melones y a soñar verónicas. Impresiona que el remite de un gran torero te llegue desde una prisión. En Zuera, en esa Zaragoza en la que se hizo matador y en cuya enfermería pudo morir si no están allí las manos de Carlos Val-Carreres. Resucitó de ese cornalón. Resucita ya de un error trágico que se llevó por delante a un inocente. Ese es el dolor y esa es la pena. Sólo le falta a José, y debe hacerlo, pedir el perdón que sea, aunque ya no haya remedio. A que le conozcan cómo es de verdad. Porque este hombre que me escribe desde la celda (una silla, Manuel, me cuenta, una mesita y una radio para escuchar Los Toros los domingos), tiene esa faena por rematar. Y espero que lo haga porque entonces sí será el que todos conocemos y por eso compartimos sus sensaciones. Su corazón torero.

Pero a la postre, cuando llego al final de la carta, de una cosa sí que estoy completamente seguro: Ortega Cano no hará cosas que antes hacía, y sí cargara la suerte en ser feliz y disfrutar de la vida. Ahora que sabe en carne propia cuál es el precio de un error, de un segundo negro. Ahora que es consciente de que los pájaros no son felices en una jaula. Y menos si es de hierro. Va a ganar el futuro. Le conozco.

Lea AQUÍ el artículo completo en su Revista APLAUSOS Nº 1942

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