Dos han sido en la octava corrida de San Isidro los auténticos enemigos de los tres toreros que han comparecido en Las Ventas. El viento y la “marea” de una inmensa minoría de público vocinglero y protestón han sido los imponderables que han impedido el éxito de Abellán, Perera y Fandiño.
Sólo el de Usera se ha salvado en el primero de su lote, al que ha cortado una oreja poniendo en juego todos sus conocimientos y capacidad de entrega. Pero en su segundo, Abellán ha resultado víctima de esa minoría “selecta” de catedráticos de la Tauromaquia, empeñada en amargarle una tarde que, en circunstancias normales, podría haber acabado con puerta grande. Pero el guirigay de los reventadores, contestados por una parte mayoritaria del público que trataba de hacerles respetar a quien se estaba jugando la vida en la arena, ha hecho protagonistas a los de siempre, desviando la atención de lo que ocurría donde de verdad se dilucidan las cosas del toreo.
Fandiño y Perera han hecho el esfuerzo en sus dos toros pero también han sido incordiados por Eolo y los citados exquisitos. Aunque ambos han estado muy dignos y han agotado todas las posibilidades con la mejor voluntad. Los toros de Parladé en una tarde normal quizás hubieran lucido de otra manera, porque varios de ellos, que tenían condiciones para el éxito, han claudicado en el flamear de capotes y muletas y en la incomprensión de los susodichos, que hacían imposible una lidia ajustada y precisa.
Madrid es Madrid dicen muchos para tratar de justificar esos días “esaboríos” de Las Ventas. Pero ya sería bueno que los que se arrogan la representación del público de Madrid, que en general es atento y respetuoso con quienes se la juegan en el ruedo, se comportaran de otra manera. El brindis de Miguel Abellán al doctor García Padrós fue particularmente emotivo y el público, puesto en pie y aplaudiendo con fuerza, estuvo a la altura del momento. Sencillamente porque ese sí que era el público de Madrid.
