La revolera

Zapatillas de plomo

Paco Mora
domingo 05 de julio de 2015

Roca Rey puede ser un acelerador para las figuras, si como parece está a punto de doctorarse y continúa en la línea que apuntó en Madrid y ha confirmado en Pamplona. Los mandones del escalafón tendrán que apretarse los machos.

Roca Rey ha sometido a prueba su fórmula magistral para ser figura del toreo. No hay otra más efectiva y rápida. Se ha puesto las zapatillas de plomo y ha aguantado a pie firme y sin parpadear las arrancadas en sus dos novillos-toros. Pisa terrenos prohibitivos y se los pasa muy cerca con muletazos de trazo largo y profundo, después de quedarse más quieto que un poste de telégrafos con un capote creativo y cadencioso en todas las suertes; desde las agónicas gaoneras hasta las graciosas chicuelinas, pasando por las verónicas de manos bajas y lentitudes casi ceremoniosas.

Roca Rey puede ser un acelerador para las figuras del toreo, si como parece está a punto de doctorarse y continúa en la línea que apuntó en Madrid por San Isidro y ha confirmado esta tarde en la plaza de Pamplona. Los mandones del escalafón tendrán que apretarse los machos para hacer valer su condición de “primus inter pares”, frente a un Roca Rey lujuriosamente joven al que no se le adivina la mínima intención de dar un paso atrás. El que sí debería dar un paso al bies, y bajarse del palco para siempre, es el presidente de la novillada inaugural de San Fermín de este año que, contra la opinión unánime del público que casi llenaba la plaza, se ha empeñado en no premiar la faena de Roca Rey con las dos orejas. Basta ya de dictaduras emboscadas en los palcos presidenciales de las plazas de toros. El toreo es el espectáculo más democrático del mundo, y el público es soberano en democracia. Los “usías” como el de esta tarde, no merecen ni el privilegio de ser simples invitados. Si el hombre quiere ser protagonista que se vista aunque sea de picador. Y baje a la arena, para que aprenda a reconocer el mérito de los toreros.

Posada de Maravillas sigue cuajando en un torero de gran personalidad que como Picasso con la pintura, conoce las normas pero su gracia torera, capacidad de inventiva y genio alegre le permiten romperlas sin que lo fundamental sufra la mínima quiebra. A no ser por la espada, el nieto del Juanito Posada de mi primera juventud, habría tocado pelo, pero la impronta de un torero distinto ha quedado grabada en el ruedo pamplonica. Varea camina con paso firme hacia la consecución de convertirse en un torero de mucho fuste. Con el capote se encuentra como Pedro por su casa y con la muleta está en posesión de una técnica recia y poderosa, pero de evidente gusto y cadencia. A medida que su puesta a punto le vaya permitiendo ajustarse un poco más con los novillos, puede causar sensación en las plazas que saben paladear el toreo de calidad.

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