La crónica de Benlloch en LAS PROVINCIAS

El triunfo del buen toreo

José Luis Benlloch
domingo 26 de julio de 2015

Brisa mediterránea para el bravo y la dureza del mistral para el bravucón. Manzanares y Castella, dos estilos, dos formas, a las que el magisterio de Hermoso puso la guinda perfecta.

¡Hubo final feliz!. ¡A la tercera fue la vencida!. Los dos titulares son exactos. Los tres matadores por la puerta grande no lo recuerdan ni los más viejos del lugar. Me cuentan que desde la última vez han transcurrido diecinueve años nada menos. Y no fueron premios gratuitos esta vez, ni saldos ni caprichos de nadie. Todo vino a cuenta del buen toreo, de grandes estocadas, de exhibiciones de templanza, de decisiones que eran pura maestría, de arranques de valor… lo que ha sido el toreo toda la vida. Los habrá a quien lo sucedido les parezca poco pero eso también sucedió toda la vida, diría que es consustancial al toreo. Y no es malo, además salpimienta el ambiente. Por la exigencia llega la superación. Así que miel sobre hojuelas, en este caso maestros a hombros por la puerta grande. Los tres. Y además de todos los méritos apuntados hay que decir que nos lo merecíamos, la afición en general. El calor de la víspera, los agravios externos, las modas anglosajonas, el papanatismo patrio, el vocerío anti… por eso y más merecíamos la compensación de una alegría como la de ayer.

Manzanares cortó dos orejas por una faena elegante y despaciosa refrendada con un volapié a cámara lenta de los que elevaron la categoría de la suerte de matar a lo más alto; Castella por una faena brava y de mucho carácter al toro quinto; Mendoza por dos exhibiciones de maestría y doma. Cada uno fue cada uno, brisa suave y mecida del Mediterráneo para ordenar la bravura del segundo cuvillo de la tarde; la fuerza del mistral galo para doblegar a un toro bravucón y a ese vientecillo molesto de los atardeceres valencianos, que tantas faenas ha destrozado a lo largo de la historia y que ayer perdió el pulso ante el empeño de un bitorois con raíces valencianas; y de por medio la apostura señorial de un navarro a caballo, que aclaró porqué es el más grande en su género.

Los síntomas fueron buenos desde el principio. Refrescó la temperatura dentro de la gravedad. Mejoró la entrada también dentro de la gravedad, tres cuartos largos no es poca cosa. Los anti estuvieron en su sitio y en su papel. En la acera de enfrente literalmente y ejerciendo la violencia verbal y la provocación. Ya era hora que les pusieran coto. Sus derechos acaban justo donde comienzan los de los demás. Sólo el viento aparecía y desaparecía amenazante. El primero en cortar dos orejas fue Manzanares en el tercero. Buen toro además de interesante. Astusito se llamaba y tuvo sus rarezas, llamémosle así. Se arrancaba de lejos al caballo, partió el palo en una de ellas, arrolló a un banderillero, se pegó su voltereta, levantó una polvareda que hacía dudar si en realidad era bravo o sólo un fanfarrón con ganas de gresca. Pronto se deshizo la duda, era bravo. Fue quedarse sólo con Manzanares, sentir la templanza y templarse él. Además tuvo ritmo y fue obediente. Manzanares le correspondió con sinceridad y abundantes dosis de temple, todo bien trabado con sus pausas, su saber estar en la plaza, su torería, sus series medidas y sus remates cargados de torería.

La faena, que nunca se vino abajo, tuvo un hilo conductor de alto nivel y momentos deslumbrantes además de la estocada. Un pase se pecho de los de no acabar por ejemplo, lento, redondo, gustoso, diría que de tres oles. Y hubo un cambio de mano del mismo rango, de los que hacen crujir una plaza, justo como crujió la de Valencia y una dosantina que por esta vez dejó su clasificación de toreo accesorio para elevar su graduación al territorio de lo fundamental. La estocada a cámara lenta fue el broche final a un trasteo de los que ganan adictos. Dos pañuelos blancos y uno azul afloraron de golpe sobre la balaustrada presidencial, para qué andarse con remilgos, hicieron justicia al toro y al torero. De la misma manera que no sería justo obviar dos monumentales pares de banderillas de Curro Javier, exactamente de los que merecen ser valencianos.

La respuesta de Castella llegó en el cuarto. Faena brava a un toro bravucón que se paró al sentirse podido. Toro duro. De los que miden a un torero. En este caso la medida de Castella fue la que corresponde a una figura. Trasteo de los que sólo tienen un argumento, el quiero y quiero y de aquí no me muevo. El cuvillo fue al caballo con clase y apretó con riñones en las dos entradas. Dados los precedentes de su hermano anterior, ilusionó. Luego se dolió en banderillas, embistió fuerte, se levantó el viento, la montera cayó de canto, nada había claro, todo parecía desconcertante. Lo único seguro es que el tío, en este caso Castella, se iba a arrimar. Y se arrimó. Y el toro se afligió al verse podido, pero nunca se entregó. Embistió para poner las cosas difíciles, quería vencer a la defensiva y perdió porque el de enfrente se propuso ganar atacando. Esa fue la diferencia definitiva que implantó Castella.

Si en el caso de Manzanares hubo un pase de pecho de no acabar, en la faena de Castella le apunté un parón eterno. Se quedó el cuvillo parado a mitad de viaje, se quedó quieto el francés, dejó que le oliese la taleguilla, esperó un rato más, contuvimos el aliento todos, pasó el toro y estalló la plaza. Merecido. Se puso difícil para matar, Castella, frío y calculador, pensó, lo sacó a los medios y lo mato a ley de buen espadazo.

Lo de Pablo fue una exhibición completa, con un toro excelente y otro que se negó a seguir los caballos. Con Churumay paró los toros en una baldosa. Con Berlín fue la sobriedad alemana, con Viriato, con Pirata, con Disparate, con todas sus joyas, anduvo por encima de los dos toros de Bohórquez. Fue un leal competidor de los maestro de a pie.

En los otros toros, ni Manzanares con el parado último, ni Castella con el desfondado primero tuvieron opciones por mucho que lo intentaron. La foto final, todos a hombros, fue vitamina para la fiesta. Los que fueron volverán.

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