La crónica de Benlloch en LAS PROVINCIAS

Emociones fuertes y buen toreo

José Luis Benlloch
lunes 27 de julio de 2015

Dos tíos bragados, Rafaelillo y Escribano, dos hombres de una pieza jugándose la vida tal y como prometieron. Eso iba en el precio de la entrada y cumplieron.

La tarde fue de tragos fuertes. La emoción pura y dura. Riesgo evidente, jornada de boca seca sin tiempo para el relajo. Dos tíos bragados, Rafaelillo y Escribano, dos hombres de una pieza jugándose la vida tal y como prometieron. Eso iba en el precio de la entrada y cumplieron. Además hubo pasajes de toreo templado, Rafaelillo en el quinto sobre todo y Escribano en el que cerraba plaza cuando perseguía una suerte que le estaba hurtando el triunfo final. Esa apuesta por la templanza y la filigrana, habiendo miuras de por medio entra en el territorio de la milagrería. Al final lo mejor es que todos se fueron por su pie de la plaza cuando habían hecho oposiciones, todos, a quedarse en manos de los doctores. Viva la santa providencia.

Era la tarde de los miuras, el desafío entre especialistas tan cantado las vísperas. Los toros, desiguales de presentación, salvo el segundo devuelto por terciado, todos grandones, agalgados, en el tipo de la casa y con más dificultades para hacer el toreo que peligro evidente. Más cerca de la nobleza que de la acritud. El quinto fue el mejor y ninguno fue el toro pregonado que siempre esperas cuando anuncian a los de Zahariche y a todos les faltó ritmo en las embestidas porque los miuras son así.

Mucho calor, otra vez el calor jugando a la contra, el peor anti de esta feria, poco público para lo mucho que se revindica este tipo de corridas, mucha ilusión como demostró la ovación de bienvenida a las cuadrillas, otra tauromaquia en la arena, otra lidia, otra fiesta y una extraña y premeditada crispación en el tendido. El marcador si lo reducimos a cuestiones numéricas, fue un empate, una oreja por coleta, si hablamos de impacto torero la partida fue para Rafaelillo que cuajó una faena sensacional al quinto que finalmente malogró con la espada. Aún así va a ser trasteo de consagración y recuerdo. Baste con decir que estuvo por encima de la faena de Madrid, está fue más cuajada, más reunida, con pasajes de inspiración, con las dos manos, con abundante relajo, con el público volcado, de principio a fin. Pinchó el toro repetidamente arriba y se mantuvo fiel a la pureza, sin querer aliviarse en los bajos como muestra el magnífico volapié con el que mató finalmente al noble miura.

Antes había toreado sobrado otros dos miuras. En el que rompió plaza se salvó de milagro lo mismo que Montoliu cogido en banderillas y rescatado por un providencial quite de Blázquez que en dos días de sobresaliente estuvo activo y brillante. La primera faena de Rafaelillo se quedó a las puertas del triunfo porque el miura se enteró pronto, en la segunda le hizo faena de excelente corte premonitoria de lo que se avecinaba en el quinto. Hay que apuntarle lo fácil y gustoso que anduvo toda la tarde con la capa.

Escribano anduvo sobrado con el sobrero de El Ventorrillo que se desfondó pronto y con su primer miura, el toro sardo que tanta guerra dio en la desencajonada, que también se paró cuando Escribano le plantó cara. Al último, un toro talla XXL, lo recibió Manuel, era su segundo viaje a esa mina negra de toriles, arrodillado frente a chiqueros, lo banderilleó como a los otros dos, con mucha exposición y lo trató como si no fuese de Miura. La faena tuvo temple, entrega y acabó rozando el drama cuando en un desplante a cuerpo descubierto el miura alargó la gaita y lo zarandeó como un pelele. Le dejó la camisa hecha jirones y el ánimo intacto, se recuperó allí mismo y aun maltrecho lo mató de gran estocada que le devolvía la paz de espíritu. Estos son así.

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