Firma invitada: José Enrique Moreno

En recuerdo de Juan Ramón, gran embajador del toreo

jueves 19 de noviembre de 2015

Una pérdida como esta no debe pasar desapercibida. Aunque Juan Ramón era un hombre sencillo y discreto y puede que no le gustaran estos homenajes, quiero recordar desde estas líneas su grandeza humana y su afición sin complejos.

Despierto con la triste noticia de la muerte de Juan Ramón Martínez Salazar, Cónsul General de España en Nueva York y hombre de dilatada e importante carrera en la diplomacia española con más de 38 años de servicio a nuestro país. Tuve la suerte de conocerle hace tres años en Manhattan porque Juan Ramón era aficionado a los toros, de esos que además impulsan la Fiesta desde el puesto que ocupe y sea cual sea el país en el que se encuentre destinado y de los que no se tapan ni ocultan su amor por el toreo.

Juan Ramón asistió a una de las conferencias que anualmente doy en el New York City Club Taurino (NYCCT). Allí le conocí y conectamos de inmediato porque, a pesar de su imponente carrera y valía profesional –cónsul en Zurich, embajador en Naciones Unidas, Ministro Consejero en Rabat, consejero técnico del Secretario de Estado de la Comunidad Europea, director del gabinete técnico de la Agencia Española para Cooperación Internacional, embajador en Marruecos y embajador en Grecia-, Juan Ramón era un hombre sencillo, simpático y plenamente accesible. Un buen hombre para España y un gran embajador del toreo, puede que el mejor que he conocido a ese nivel.

Se había integrado como uno más en el NYCCT y participaba e impulsaba muchas de sus actividades, hasta el punto que logró que el Rey de España concediera la Medalla al Mérito Civil a Lore Monnig, su presidenta, por difundir nuestra cultura en una ciudad del peso político, económico y social de Nueva York. También había logrado que en el MET y en la Hispanic Society se hablara de toros. Ahí es nada.

Pero, al margen de su importante labor para apoyar lo nuestro, y lo nuestro son los toros, nunca olvidaré la contagiosa ilusión de aficionado con la que Juan Ramón Martínez Salazar nos contó cómo, estando destinado en Grecia, se hizo con un capote de Curro Romero usando la influencia de Serra Ferrer, que por entonces entrenaba al AEK de Atenas. Ese capote viajaba siempre en el equipaje de Juan Ramón y estaba en la sede del consulado en la 5ª Avenida, en pleno corazón de Manhattan, al igual que varios ejemplares de Aplausos que se podían encontrar por allí, integrados en la vida de sus moradores, o las excelentes fotografías de momentos de la lidia realizadas por su esposa, Carmen Aboy Oquendo, a quien desde aquí quiero dar mi más sentido pésame.

Una pérdida como esta no debe pasar desapercibida. Aunque Juan Ramón era un hombre sencillo y discreto y puede que no le gustaran estos homenajes, quiero recordar desde estas líneas su grandeza humana y su afición sin complejos. Poco amigo de colgarse medallas, Juan Ramón prefería ponérselas a los demás y con ello engrandecer el nombre de España y del toreo allá por donde iba. Por ello y por su infinita bonhomía estará siempre en el recuerdo de quienes le conocimos.

José Enrique Moreno

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