La Revolera

¡¡Cuánta hipocresía!!

Paco Mora
domingo 07 de febrero de 2016

Ninguno de los animales de los que contribuyen a la alimentación de los seres humanos fueron seres vivos antes de ser cocinados, crecieron como las lechugas en la huerta murciana. Pero el toro… ¡Ay el toro!… Ese pobre bicorne perseguido satánicamente para deleite de unos salvajes que disfrutan con su dolor…

Escribe Benlloch que “la imbecilidad va por barrios”, pero tal parece que algunos pretenden usufructuarla en grandes dosis y en exclusiva. Se me quejaba hace pocos días un matador de toros de primerísima fila, de los que han pagado un altísimo tributo a la profesión de lidiar toros bravos, de que el antitaurinismo radical haya llegado hasta que algunas entidades benéficas renuncien a los beneficios de festivales tradicionales, en los que los matadores además de no cobrar un euro, pagan sus cuadrillas y hasta entregan un donativo para la noble causa de ayudar a los ancianos, a los niños y a los enfermos para los que se celebraban. En su nobleza de espíritu el torero se hacía cruces y se preguntaba desconcertado: “¿Qué bicho maligno habrá picado al toreo?”.

Y es que este país nuestro de los pecados de tanto politicastro de aluvión, de seguir así las cosas va a ser el hazmerreír de todo el mundo civilizado. ¡Pobrecitos e indefensos toros! Distinto es el caso de los “pollos al ast”, que se ensartan humilde y voluntariamente en el asador, el de las chuletas a la plancha, que se les arrancan a los cerdos y a las terneras sin dolor. Y no digamos de los cochinillos asados cuando acaban de nacer y aún antes, que hacen viajar a muchos gourmets hasta Segovia para degustarlos en Casa Cándido. Y los conejos al ajillo, esos simpáticos Bugs Bunny humanizados por Walt Disney, que desfilan alegremente hasta las cocinas de restaurantes y casas particulares…

Ninguno de los animales de los que contribuyen a la alimentación de los seres humanos fueron seres vivos antes de ser cocinados, crecieron como las lechugas en la huerta murciana. Todos ellos, hacen las delicias gastronómicas de tantos millones de españoles de “motu propio” sin sufrir el mínimo daño, y se entregan alegremente a sus devoradores. Pero el toro… ¡Ay el toro!… Ese pobre bicorne perseguido satánicamente para deleite de unos salvajes que disfrutan con su dolor. Cuánta hipocresía. Como dijo el latino: ¡Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra!

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