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En la palma de una mano

Carlos Ruiz Villasuso
jueves 19 de mayo de 2016

Una cosa es desear que no exista el llanto o la risa, y otra muy distinta lograr su desaparición. Podría aventurar un futuro sin la Tauromaquia como espectáculo al ser prohibido. Pero el toreo, torear, el arte de un torero, jamás se puede prohibir.

Decía Eugenio d´Ors que el arte, o es aprendizaje o es una farsa. Es inevitable poner esta frase encima de otra igual, con una variante: allí donde pone arte, poner toreo. La única farsa del toreo, incluso jugando al juego definitivo de exponerte a la muerte, es que no sea aprendizaje. A pintar se aprende pintando y nadie muere habiendo aprendido a pintar todo y del todo. Apenas parte de muy poco.

Pero al toreo le exijo y lo traduzco, cuando es arte, como una creatividad que no está destinada a crear belleza, sino libertad. El arte, si lo es, ha de ser comprometido con quien lo realiza y, por tanto, con los demás. Una faena cumbre, unos minutos de máxima exposición creativa de un torero, han de tener el mensaje de libertad. El mensaje de soy único, soy diferente, soy yo, no pertenezco a nadie, soy libre. Para decirnos: trata tú, también, de ser libre.

No creo, entonces, que todo el toreo o todas las faenas sean arte. Hay más oficio o artesanía que artistas o creativos. Incluso, insisto, si el artesano también se juega la vida, pues el hecho de jugársela le da el derecho a ser reconocido y hasta admirado, pero no a transcender. Y arte, solo el arte, es lo que transciende. De la misma forma que un hombre es un animal que transciende, y no sólo animal, en el toreo hay toreros que transcienden y otros no lo harán. Reconociendo que es necesario que exista una tribu ingente de los que no van a transcender, pues de entre ellos saldrá el que tiene la magia.

El toreo, si no estoy excesivamente lunático, es el arte que, cuando lo es, toma la vida en bruto y la vuelve a hacer, como si fuera plastilina, y la moldea de nuevo dando formas diferentes a lo que se suponía ya formado. Una verónica nueva o como inventada siendo suerte vieja. El arte del toreo vive a espaldas de la propia historia del toreo y de sus cánones, que le son indiferentes. Y, a espaldas de ellos, inventa, imagina, sueña. En definitiva, el arte del toreo que es arte, pone siempre una barrera infranqueable entre la realidad y cómo ésta es interpretada toreando.

A eso se le llama estilo, personalidad, carácter, talento. Lo real es una cosa, el arte es como se interpreta esa cosa. Lo real es un natural, el arte es cómo interpretar ese natural. Y el toreo no vive de realidades del pasado: una media, un ayudado, un pase con la derecha, uno de la firma, uno de pecho. El toreo se proyecta o transciende en la interpretación genial de cada una de esas realidades. Por tanto, el arte del toreo no existe, porque sólo puede existir el arte de un torero. El arte en un torero. Como no existe el arte de la poseía o el arte de la escultura. Sino el arte de un poeta o el arte de un escultor.

Pienso en todo esto porque trato de hacer coherente lo que sigue. Un país, una nación, un grupo de humanos que comparten cuestiones culturales y vitales de pasado, presente y futuro, de forma común y pegadas con cemento natural, tiene una síntesis espiritual. Algo a lo que poder regresar siempre desde cualquier presente. Algo que es la médula espinal, los huesos, el corazón, los pulmones. Algo que es o que puede hacer la función de un órgano esencial cuando nos falte el aire o la fuerza. La esperanza. Cuando nos fallen los dioses, nos traicionen los hombres o nos acune la depresión.

Es así incluso para los que no desean que exista. Una cosa es desear que no exista el llanto o la risa, y otra muy distinta lograr su desaparición. Podría aventurar un futuro sin la Tauromaquia como espectáculo al ser prohibido. El toreo, torear, el arte de un torero, jamás se puede prohibir. Prohibirlo es tan imposible como tratar de hacer prisionera el agua que cabe en la palma de la mano.

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