La crónica de Benlloch en Las Provincias

Subidos a una montaña rusa

José Luis Benlloch
domingo 24 de julio de 2016

Hubo más toreo que audiencia. La entrada, lastismosamente breve, debería hacer reflexionar sobre los gustos y la personalidad de esta plaza. Se repartieron la bravura los toreros, ninguno volvió la cara en ningún momento y todos tuvieron un toro de triunfo.

La corrida de ayer tuvo mucho de montaña rusa. Despegó con el toreo firme y poderoso de Perera y un quite precioso de David Mora, para despeñarse todo seguido con dos toros, tercero y cuarto, ásperos y dificultosos, impropios si me apuran de tan prestigiosa divisa. Volvió a elevarse a los mejores niveles con la faena, sobre todo el arranque, de David Mora al sardo quinto, una pintura de toro, al que remató de soberbio volapié merecedor de un premio de feria si es que en esta feria hubiese premio para las estocadas. Y aún se elevaría más la tarde con la faena al que cerraba plaza de un López Simón empeñado en no bajarse del tren del éxito. ¡De aquí no me muevo! parece su máxima en el escalafón como en la arena. El madrileño apostó a todo o nada con el difícil y siguió apostando con la misma intensidad con el excelente sexto. No acabó ahí el sube y baja y cuando más felices nos las prometíamos con Simón, con la faena hecha y redondeada, se le fue la mano con la tizona y enterró la espada en un ignominioso metisaca en el mismísimo número. Aún hubo más dientes de sierra y las cuadrillas lo mismo perdían el rumbo y el orden, como ocurrió en el quinto toro, ¡organización, por favor, organización!- que cuajaban excelentes tercios de banderillas que les valían para saludar montera en mano a Curro Javier, Arruga, Javier Ambel, Ángel Otero, Barbero y Siro.

Todo ello se resumió en que hubo más toreo que audiencia. La entrada, lastismosamente breve, debería hacer reflexionar sobre los gustos y la personalidad de esta plaza. Se repartieron la bravura los toreros, ninguno volvió la cara en ningún momento y todos tuvieron un toro de triunfo. Los toros de Victoriano del Río, subieron y bajaron, como las montañas de feria: bueno el primero, con mucha clase y poca duración el segundo, descompuesto y de mal estilo el tercero, amenazante y complicado el cuarto, emotivo el quinto que cuando se quedó solo con el matador se asentó en la plaza y embistió mucho y bien, fue completo, el sexto, bravo, con movilidad y obediencia. Si me preguntan, el mejor de la tarde. Y al final de todo ello, resumiendo, hubo más méritos que cosecha.

Perera, que no estuvo en Fallas, asumió el reto de Valencia en la Feria de Julio. Lo hizo con su entereza habitual, sin echarle cuentas a la escasa audiencia, con la actitud propia de un torero honrado, en ese aspecto cabría decir que por encima del trato que este año le están dando las empresas. Tuvo un toro bueno y uno malo. Su quite al primero de la tarde, el bueno, ya avisó de su sus intenciones, en realidad las de siempre y la media verónica con la que abrochó su intervención fue de nota alta. La faena tuvo firmeza, fue trasteo de ordeno y mando, vistos los resultados de excesivo ordeno y mando, de tal manera que el toro no dio para tanto y en el tramo final acabó desentendiéndose. En su segundo trasteo, al malo, mantuvo la actitud, se impuso, le tragó, se le entregó el público y siguiendo ese perfil de montaña rusa del festejo, el toro se aburrió, la música dejó de sonar y la gente se despistó. Y aquel todo que pintaba alto se quedó sorprendentemente en poco.

David Mora cumplió una buena tarde. Exhibió su toreo de sabor y regusto. Las tres medias a su primero tuvieron temple y torería, la faena pasajes de mucha categoría justo hasta que el toro de la buena clase volvió ancas y se quitó de en medio. De su segunda faena me quedo con el arranque, torerísimo, por abajo, de claros efectos dominadores que gustaron al público y advirtieron al toro de quién mandaba allí. Y la estocada final, lo dicho, un gran volapié en el que se dejó llegar los pitones a la pechera y del que salió el toro muerto sin puntilla.

Simón estuvo por encima del difícil tercero, al que protestaron extrañamente de salida y estuvo excelente como queda dicho en el que cerraba plaza. Firme, dispuesto, arrancó muletazos de buen pulso y se pegó un arrimón final que acabó poniendo al público definitivamente de su parte. Con las bruñidas puntas del victoriano pespunteándole los muslos, Valencia se le entregó como se le hubiera entregado cualquier plaza desde las Ventas a la Conchinchina. Luego vino el desacato de la espada y todo quedó en casi nada.

Roca, investido por aclamación, la crónica del 22/7/2016

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