La revolera

Los Reyes no se enfadan

Paco Mora
jueves 08 de septiembre de 2016

Ponce no estaba enfadado, Ponce estaba indignado. Porque los reyes no se enfadan, los reyes se indignan. Y Enrique Ponce es el rey del toreo de esta época.

Alguien dijo a mi lado: “hay que ver qué enfadado está Ponce con el “usía” por no concederle la segunda oreja”. Acababa de doblar el cuarto de la tarde y la plaza era un clamor porque los espectadores que casi llenaban la Plaza de Toros de Albacete en la primera corrida de la feria de 2016 habían presenciado la obra de un superdotado del toreo, sin duda el torero más importante de la segunda mitad del siglo XX y la primera del XXI. Pero Ponce no estaba enfadado, Ponce estaba indignado. Porque los reyes no se enfadan, los reyes se indignan. Y Enrique Ponce es el rey del toreo de esta época.

Dos “samueles” han tenido el honor de enfrentarse a un torero de excepción y en su primero, en el que se ha tirado a matar con todo, se le ha ido la espada abajo y con ella se le han esfumado dos orejas ganadas a fuerza de sabiduría, sentido de la colocación, de los terrenos y de las distancias y un temple exquisito sólo al alcance de los privilegiados. Pero en el cuarto ha dejado para la historia de la plaza de la Calle de la Feria de la capital manchega una faena antológica, auténtico modelo de que torear es poder con los toros y llevarlos, como decía Domingo Ortega, por donde no quieren ir. Y además con valor, mucho valor, y gusto, muchísimo gusto. Si no lo fuera hace tiempo, hoy Ponce habría quedado proclamado como Soberano del toreo actual en el magnífico marco de la plaza diseñada por el arquitecto Carrilero. Pero el “usía” ha premiado con una parca oreja una faena histórica. Y el público ha mostrado clamorosamente su desacuerdo con su opinión después de que Ponce saludara desde el centro del ruedo.

El público que es el que paga la Fiesta, debería ser el que con sus aplausos premiara la labor de los toreros. Fuera orejas; una vuelta al ruedo debería valer por un apéndice auricular dos vueltas la segunda oreja y tres el rabo. No es justo que la opinión de un hombre solo prevalezca sobre la de la inmensa mayoría de un aforo de diez, doce o quince mil personas que además han pagado el espectáculo pasando por taquilla.

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