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Una estrella

Carlos Ruiz Villasuso
jueves 22 de diciembre de 2016

Aspiro a que este pueblo nómada, errante y disperso, el del toro, sea considerado pronto como un colectivo con su propia identidad emotiva, sus pasiones ancestrales, sus prácticas y creencias y su fe propia y distinta. Y distinguida.

Cada año tiene una Navidad, que consiste en esos días en los que la huella de la religión derivó hacia unas fechas que mezclan balances, nostalgias, ilusiones, promesas, propuestas, reencuentros, ausencias, risas, llantos, el billete premiado y los millones de billetes rotos hasta el año que viene, camellos del sur que pierden enteros frente a los renos del norte, un árbol con luces, un belén de arcilla, un Niño Jesús casi desnudo al lado de mucha gente muy vestida para el frío, pastores y una estrella. La estrella. De la Navidad, para mí lo vital es la estrella, la de cada uno, la que nos marca sin hierro eso que somos, eso a lo que pertenecemos, el clan, la tribu, el grupo, que es lo mismo, casi, casi, que decir, nuestro destino.

Nuestra estrella es común para un grupo que aún no tiene conciencia grupal o de gran tribu. Un rey y un pastor, un negro y un blanco, una mujer y un hombre… todo lo que se simboliza en un Belén en cada Navidad, es un grupo coherente. Sí, el que lleva el oro y el que porta la leña. El rey negro y el rey blanco. Les une un sentimiento de vida, una fe, un propósito llamado religión. La Tauromaquia es el Belén del siglo actual, de los anteriores y los del futuro. Somos ese grupo coherente en el que está el rey y el plebeyo, el rico y el pobre, el de sol y el de sombra. Eso somos, aunque aún no sabemos que lo somos.

Tenemos una estrella. Un mismo destino al que aspirar, por el que seguir caminando. Cada año, cada Navidad, vivo a vivo, muerto a muerto (que los hay)… somos lo más parecido o semejante a una religión sin ortodoxia pasional, sino con sentimientos vitales. Si ejercemos. Que el rey ejerza como perteneciente a esta tribu y no sólo como rey, que el pastor haga lo suyo, el de la ciudad, el de el pueblo, todos y cada uno de nosotros estemos donde estemos, en la oficina, en una dirección general de una empresa, en el paro… todos bajo la misma estrella.

Una utopía a la que no puedo renunciar cada año que nos llega la Navidad, días en los que, uno no sabe muy bien por qué, la gente ablanda su ira, la amasa y la amansa y nos nace ese ser humano apetecible y abrazable, que no está el resto del año. Mi utopía de Navidad es su estrella. Llamada Tauromaquia, que es un conjunto de sentimientos de cemento y de hierba, de desierto y de bosque, de pueblo y de ciudad, disperso por tantas partes, sin territorio delimitado, que anda siempre en perpetuo exilio social y en continua búsqueda de su libertad. Si hay algo errante, nómada, sin patria, es la Tauromaquia, el pueblo sin Belén, pero con estrella.

No es una utopía irrealizable. No al ciento por ciento. Gran parte del chiste de este asunto es que sea casi irrealizable, porque al serlo, nos obligamos a perseguir hacia adelante un poco de eso que no nos llega. Pero aspiro a que este pueblo nómada y errante y disperso, sea considerado pronto como un colectivo con su propia identidad emotiva y sentimientos, sus pasiones ancestrales, sus prácticas y creencias y su fe propia y distinta. Y distinguida. Un día lo haremos bien y obligaremos a la Ley de este país a que nuestra estrella sea reconocida como tal.

Y entonces, este colectivo estará amparado por unas leyes que nos defenderán mejor, que explicarán a todos los demás individuos y colectivos de este país que somos un grupo amplio con derechos de grupo, derechos de colectivo. Y deberían admitirnos como tal. Llegará un día en el que una agresión a uno de este pueblo de esta estrella llamada Tauromaquia, será considerada una agresión por motivo de odio. Los mismos motivos legales que como colectivos tienen los colectivos amparados bajo sus propias estrellas: el racial, el de una religión, el de una ideología… Por eso me sirve la Navidad.

Mucho más allá de ser días donde mi alrededor se vuelve más humano (aspecto que también conlleva la humanidad extrema y estúpida con el animal), cada Navidad me trae el sentimiento de Belén, de grupo, de colectivo, de tribu, de pertenecer a algo que me une a los demás. Un día alguien llevará a los tribunales a San José por maltrato al burro, y a la Virgen por explotación de la mula y al Rey negro pueden acusarle de sexo con una camella. Pero esa es otra historia. Porque cada Navidad se nos aparece la estrella que nos dice quiénes somos. Y no somos otra cosa que lo que he contado. Feliz Navidad.

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