Tumbado en mi butaca y un poco a duermevela, de vez en cuando pongo en marcha el vídeo de mi memoria y, con los ojos cerrados y el corazón abierto, trato de recuperar imágenes y sonidos de toda mi vida de aficionado desde que, con mi tío Cristóbal, me senté por primera vez en una plaza de toros y ví torear a un mexicano que se anunciaba como El Soldado, que es el único que recuerdo de aquel cartel. Posiblemente porque resultó cogido y corneado. Aquella tarde nació un romance eterno entre la Fiesta Brava y quien esto firma. Ocho o nueve años tendría y todavía dura.
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