ENCUENTROS CON... LA PALMOSILLA (I)

Allá en La China… de Tarifa

Primera parte de la entrevista de José Luis Benlloch a Javier Núñez Álvarez, ganadero de La Palmosilla
José Luis Benlloch
jueves 16 de febrero de 2017

Les sitúo. La nacional 340, la carretera más larga de España, de Cádiz a la misma Barcelona de don Pedro nada menos, como su conexión con el mundo; Benalup, Facinas y Vejer como referentes urbanos más próximos; y La Janda, o mejor, el recuerdo de La Janda, aquella laguna, en pasado, que la agricultura le arrebató a la naturaleza más virginal en tiempos del desarrollismo, como marca indeleble. A la vera de La Janda todo es diferente: el clima, la luz, la vegetación, chumberas, lentiscos, palmeras, eucaliptus… también las aves, un tesoro de la biodiversidad, están todas, siempre a punto para el gran salto intercontinental y cómo no, los toros… un todo que conforma el territorio Núñez. Para muchos de mi generación lo sigue siendo aún asumiendo que esa batalla, la de los toritos de Núñez que tanto le gustaban a Curro y a Ordóñez y a quién no, los mismos de la Beneficencia de Manolete y los de la Puerta del Príncipe del Benítez, llevan perdida la partida con los Domecq de nuestros tiempos, de nuestras glorias y de nuestros debates. Y si alguien duda del resultado de ese pulso entre ilustres, que se asome a las ferias o que le pregunte a Álvaro Núñez que reina en ese mismo territorio, cuyos toros ya hace tiempo que dejaron de ser núñez para ser cuvillo, es decir domecq sobre domecq dicho con todo el respeto y el toque personal del propio criador. O a su primo Javier Núñez, nuestro protagonista de hoy, tan próximo a Álvaro, que dejó la tradición familiar directamente de lado y cogió el atajo de domecq con el consabido chorreón de osborne. “El cruce me da perfecto, les ha añadido finura, pero también vigor y clase”, me ha repetido con insistencia a lo largo de toda la jornada campera, en la que me ha dejado bien claro que aspira a lo máximo, entiendo que a recorrer con sus palmosillas el camino del pariente en cuanto, él dice que ya lo ha resuelto, les ponga un chute de casta o salud o de las cosas que disimulen los excesos de almíbar y clase que en no pocas ocasiones se han convertido en su propio enemigo.

A la vera de La Janda todo es diferente: el clima, la luz, la vegetación, chumberas, lentiscos, palmeras, eucaliptus… también las aves, y cómo no, los toros… un todo que conforma el territorio Núñez

Con Javier quedamos en la Venta Apolo allá por el cruce de Tahivilla porque la habitual entrada por Benalup está fatal, poco automovilística. Antiguamente, me cuenta Javier, se entraba por un camino de herradura que bordeaba la laguna al pie de la sierra desde Facinas o se iba también desde Los Derramaderos cruzando la laguna a caballo los meses en los que el agua no cubría más allá de dos cuartas.

No se sabe a ciencia cierta a qué debe su curioso nombre La China, más allá de que ya aparecía con esa denominación cuando era parte de las inmensas propiedades de los Medinaceli y la suposición de Javier, cargada de buen humor, “como no sea por la lejanía del pueblo. Está allá en la China dirían, para decir que era lo último del término y con La China se quedaría”, no acaba de ser fiable. Linda con Los Derramaderos por la parte de abajo, con Arroyocueva y con Tapatana y está en su familia desde 1951, según me cuenta el propio Javier a la vez que con el landrover sorteaba o no, los baches del carril, en un estilo de conducción que hacia imposible tomar notas y desde luego no tiene nada que ver con el ritmo con que embistieron más tarde las becerras. Es finca típica de la zona, recuerdo de memoria, de lindes muy rectas y una configuración rectangular para que todas tengan monte, dehesa y laguna en un intento bien pensado de que fuesen autosuficientes. De esa forma se garantizaba comida todo el año, desde la montanera del invierno al pasto de verano en la laguna, pasando por el ramoneo del otoño y la primavera en la dehesa. La calidad de sus pastos, entre los que abunda la zulla, hierba muy proteínica autóctona de la zona, es proverbial, tanto que Javier asegura que de no existir el guarismo los utreros se podrían lidiar como toros a la salida de la primavera sin necesidad de echarles de comer. No tiene en cambio buen arbolado aunque no es imprescindible como techo teniendo en cuenta que no es zona fría ni, debido a la proximidad del mar, especialmente calurosa.

“Los ganados más que protegerse del sol y del calor necesitan protegerse del levante cuando sopla y eso lo consiguen en las vaguadas. En realidad no es un campo duro más allá de lo que supone el barro en los años más lluviosos”, apunta Javier. Aún así han mejorado el arbolado de la finca con diversas plantaciones, de tal manera que aquellos tiempos en los que sólo tenía un árbol son recuerdos lejanos, que según Javier dieron pie a una graciosa y ocurrente anécdota, como cuando en la familia decidieron ponerle una placa de reconocimiento a la resistencia al único ejemplar que tenían, un eucaliptus perdido y solitario en medio de la campiña.

Javier Núñez dejó la tradición familiar directamente de lado y cogió el atajo de domecq con el consabido chorreón de osborne. “El cruce me da perfecto, les ha añadido finura, pero también vigor y clase”, afirma

El día es espléndido, sobre todo si llegas de este invierno loco de agua, nieve y viento que nos ha tocado vivir en Valencia. De la influencia de este paraíso para los ganados ya les hable muchas veces. Está muy a las claras, muy presente incluso para los más profanos, se aprecia en la finura de piel de los animales, también en la de los huesos que mantienen su andamiaje, en los pelos brillantes cuando en tantos y tantos sitios a estas alturas los tienen enratados y en punta para defenderse de los fríos y estoy seguro que hasta marca el carácter de los toros. Si no fuese por el levante indómito que sopla cuando no debe y hasta marca el calendario de los tentaderos, estaríamos hablando del edén ganadero. Y aún así, convenimos los presentes que quien lo conoce se apunta. Valorando los matices y las influencias de la zona hemos dejado de mano una portera que anuncia que allí empieza el parque natural de Los Alcornocales, hemos cruzado otra finca de referencia, La Haba, donde ahora solo hay manso pero en tiempos la tuvo arrendada don Carlos Núñez y hemos llegado a los pilarones que dan entrada a “La China, peligro, ganado bravo”.

La Palmosilla reúne quinientas sesenta hectáreas, es la última finca del término de Tarifa, me cuenta Javier, que para entonces ha atemperado ya el buen gobierno del auto y se extiende en detalles y explicaciones.

-Aquí tenemos el grueso de la ganadería, incluidos los toros de saca, cinco lotes de vacas, las eralas de tienta… en realidad toda la producción, mientras que en La Palmosilla que está pegada a la misma Tarifa y quizás por eso pensamos que era mejor escaparate pero tenía los problemas propios de estar tan cerca de la población, sólo tenemos ciento ochenta vacas de vientre.

Las diferencias generacionales lógicas entre Javier y su padre José Núñez Cervera, hombre de gran prestigio en el mundo de los negocios y ordoñista confeso que no son precisamente malas referencias, también se manifiestan en ocasiones en los conceptos ganaderos de ambos, así que mientras el progenitor es partidario del uso de las fundas que protejan los pitones de los toros, Javier asegura que es partidario de lo contrario y que han llegado a un acuerdo de término medio que este caso supone enfundar las corridas fuertes de plaza de primera y dejar el resto a expensas de lo que decida la madre naturaleza en tantos casos tan corrosiva y poco comercial. Fotográficamente se lo agradecemos, la diferencia estética de un caso a otro es tremenda y se nota en el celo de Arjona que dispara y dispara y todos los toros, como a nosotros, le parecen bonitos. Mira aquel, mira el 46, mira el 51, mira el castaño y el chorreado… repetíamos a la vez, zarandeados por los efectos del contraste de los pitones limpios de artificios pero también de la realidad de una camada de toros guapos, muy guapos, bonita por mucho que no haya mucho toro de plaza de primera dicho sea para situarla en su justo término.

El primer desencuentro generacional, este dilucidado sin discusión a favor de la autoridad paterna, surgió el mismísimo día, allá por 1996, cuando después de una exitosa carrera profesional José Núñez Cervera, padre de Javier, decidió que era el momento de hacer realidad su sueño de mucho tiempo y poner bravo, porque como le dijo un buen día Marcos Núñez la vida se hace corta para estos menesteres tan de tiempo y de tanto misterio. En ese momento tan crucial Javier, ganado por la tradición familiar, quería Núñez pero la visión realista y pragmática del padre, dijo que era la hora de Domecq.

Veinte años después de que don José Núñez iniciase su trayectoria, tiene aprobada con nota sobrada la asignatura de la nobleza como bien saben los toreros, y pendiente de recuperación la cuestión de las fuerzas que es escollo que le ha alejado por el momento de las grandes citas. Javier que lo tiene bien estudiado asegura que está resuelto

Lo dijo y no hubo más. En las casas manda quien manda y en esta manda el progenitor que pasados los años sigue al frente de las decisiones clave, de tal manera que no hay tentadero sin su presencia salvo casos de fuerza mayor. Una vez decidido que sería Domecq, se fue a hablar con su amigo Juan Pedro. El acuerdo fue pronto y rápido. De absoluta confianza en el vendedor que fue quien decidió qué vacas entraban en la venta. Naturalmente no serían las mejores de cada tienta porque esas nunca salen de las casas importantes, pero sí las siguientes. No hubo engaño, cincuenta y dos vientres entre las que estaban representadas todas las familias importantes, al precio de mercado que entonces ya era alto, trescientas cincuenta mil pesetas por cabeza. Javier me apunta que la aportación por amigo fue la cesión de sus sementales mientras que el nuevo ganadero decidiese que hacía falta. Las mismas condiciones aunque no el mismo precio rigieron en una segunda compra, esta vez en casa del primo Álvaro, ciento veinticinco de la línea Osborne, entre las que entraron veintitantas viejas que fueron, asegura Javier, de las que dejaron simiente en la casa, las que realmente se aprovecharon. Y allí mismo comenzó la gran aventura de La Palmosilla, para la que recuperó un hierro con el que su familia, ocho generaciones han pasado, ya herró reses bravas en 1768.

Veinte años después de que don José Núñez iniciase su trayectoria, tiene aprobada con nota sobrada la asignatura de la nobleza como bien saben los toreros, y pendiente de recuperación la cuestión de las fuerzas que es escollo que le ha alejado por el momento de las grandes citas. Javier que lo tiene bien estudiado asegura que está resuelto, me explica que nunca hay un motivo único, que es una cuestión multifactorial y apunta al manejo especialmente, tan convencido está que le ha dado un cambio radical al mismo, también a la sanidad y a la alimentación, los ponía demasiado gordos con una grasa periférica que no servía para nada, más bien al contrario y por ese motivo ha hecho desaparecer prácticamente el maíz de la composición de los piensos, es lo que me ha dicho y lo explicaremos con detalle la semana próxima. De momento, quédense con un dato definitivo que maneja con gran alborozo, el año pasado no le devolvieron ningún toro en la plaza y tan convencido está que cuando los empresarios se mostraban reacios a comprarle toros ante el peligro de derrumbe, aceptó una claúsula contractual según la cual no cobraría los toros que se devolviesen en la plaza. “Ahora no me lo piden pero estoy tan convencido de que se ha solucionado el problema que la mantengo, el que devuelven no lo cobro”. La fórmula, la semana que viene.

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