La Revolera

Gregorio, Pepe “El Jamonero” y El Juli

Paco Mora
viernes 23 de junio de 2017

Cuando era director de Interviú, una tarde se presentaron en mi despacho el gran torero de plata Pacorro y Gregorio Sánchez. Venían a hablarme de un crío que se llamaba Julián López “El Juli”, me enseñaron fotografías y observé que el chiquillo en cuestión parecía toreando un pequeño matador de toros. Pero más que las imágenes me impresionaron las entusiasmadas explicaciones de Gregorio Sánchez. Ha muerto Gregorio Sánchez. Tenía 90 años. Dios le ha dado una larga vida. Tan larga como la lista de sus éxitos de matador de toros de primera fila, en aquellos años en que las crónicas decían que era como una estatua de Montañés. Alto, en una España de bajitos, el toledano de rostro cetrino y rasgos acusados como esculpidos a cincel, abrió la puerta grande de Las Ventas una decena de veces. Pero no solo en el foro fue figura grande, porque también en Sevilla y en las plazas más importantes del país, del sur de Francia y América, fue valorado como tal. Su toreo fue serio, hierático, recio y sin concesiones a la galería. Y como ser humano, su formalidad y hombría de bien le ganaron el respeto de todo el mundo taurino y de los aficionados en general.

En sus primeros tiempos de novillero le gritaban Agroman -que era el nombre de una empresa de la construcción-, cuando no se entendía con un novillo. Y es que por aquellos días difíciles de lucha y aprendizaje, Gregorio alternaba el ruedo con el andamio. Conocía muy bien la dureza de los principios, de ahí su trascendental manera de sentir las cosas del toreo y de la vida. Me lo presentó uno de sus mejores amigos de siempre, Pepe “El jamonero”, que era distribuidor de jamones a gran escala.

También Pepe era un personaje singular que, fiel a su manera de entender el toreo, repartía sus preferencias entre Gregorio y El Viti. Su hija única se casó con el embajador de Abisinia en Madrid y, cuando una corrida que le interesaba se anunciaba estando él de visita familiar en Adís Abeba, cogía el avión y volaba a España para verla. Así eran los aficionados de entonces. No resultaba extraño que dos hombres de esas características congeniaran. Seguro que “El Jamonero”, su amigo del alma, le estaría esperando allá arriba a su llegada y al preguntarle por qué ha tardado tanto, el bueno de Gregorio le habrá contestado: “Mira, Pepe, no me seas impaciente, que las cosas importantes hay que hacerlas despacio y sin precipitaciones”.

Cuando era director de Interviú, una tarde se presentaron en mi despacho el gran torero de plata Pacorro y Gregorio Sánchez, que era profesor de la Escuela de Tauromaquia de Madrid. Venían a hablarme de un crío que se llamaba Julián López “El Juli”, me enseñaron fotografías y observé que el chiquillo en cuestión parecía toreando un pequeño matador de toros. Pero más que las imágenes me impresionaron las entusiasmadas explicaciones de Gregorio Sánchez, hasta el punto que les prometí ir a verlo a la primera ocasión que se me presentara. No se equivocó el gran torero de Santa Olalla, que ha tenido la satisfacción de pasar a la segunda dimensión de su vida dejando aquí a El Juli, manejando con buen tino el bastón de mariscal del toreo.

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