La Revolera

El artista de los “Niños toreros”

Paco Mora
jueves 13 de julio de 2017

Enrique Molina ha muerto un torero tocado por la varita magica del arte y un hombre bueno y cabal. Con él se me ha marchado otro amigo, un hombre de una educación y una bonhomía apabullante. Y nuestra amistad duró toda la vida. Con él se me ha marchado otro amigo. Enrique era el artista de “los tres niños toreros” de Villapecellin. Los otros dos, el hábil banderillero José María Claver y el recio muletero Fermín Murillo, alcanzaron más nombradía y tuvieron mayor recorrido en la profesión que el ahora fallecido. Conocí primero a Murillo en Albacete, la ciudad en la que me crié y en la que Fermín pasó en su adolescencia un par de años. Al baturro, un mozallón fuerte y alto para los muchachos de nuestra época, lo trajo a la ciudad manchega Lucinio Cuesta, primer apoderado de Juan Montero, y en el Cuerpo de Aviación hizo la “mili” como voluntario para quitarse el compromiso de encima cuanto antes, para evitarle el parón de dos años en el momento más inoportuno de una carrera que Lucinio intuía larga y provechosa.

Con los años, no muchos, Fermín y yo nos reencontramos en Barcelona, cuando Murillo, recién alternativado, era novio de la hija del comandante Bello, aragonés como él, destinado en el Gobierno Militar de la capital de Cataluña. Allí, en el Café Atlántico, propiedad de Joaquín Carrasco, uno de los mejores aficionados que he conocido en mi vida, me presentó Fermín a Enrique Molina. Era un hombre de una educación y una bonhomía apabullante. Y nuestra amistad duró toda la vida. La última vez que nos encontramos fue en la finca de El Pizarral, adonde se celebraba un tentadero y después un almuerzo que duró toda la tarde, en cuya sobremesa cantó Maruja Garrido, que vino desde Cataluña junto a Molina y una serie de aficionados de una peña de la que este formaba parte y que tenía su sede frente a la Monumental de Barcelona.

Muchas veces he pensado en lo que podría haber sido de aquellos “niños toreros” si Villapecellin no los hubiera estrellado prematuramente, con una exagerada novillada de Molero Hermanos, en Las Ventas de Madrid. De todos modos, con Enrique Molina ha muerto un torero tocado por la varita magica del arte y un hombre bueno y cabal.

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