La revolera

Una tarde memorable

Paco Mora
domingo 10 de septiembre de 2017

Se celebraban los cien años de la inauguración de la Plaza de Toros de la Calle de la Feria de Albacete. Lleno hasta la bandera, como respuesta a un cartel al que no le faltaba nada. Si acaso, le sobraba algo. Ya me explicaré más delante. Hubo toros y toreros. Los de Garcigrande y Domingo Hernández, excepto el sexto que era un auténtico “galafate”, que embistió a cabezazos y disparando pitonazos por las nubes, fueron el material adecuado para el triunfo de tres toreros de postín y la demostración de que uno de ellos pintaba menos en ese cartel que “cagaestacas” en la Audiencia.

¡Váyase, señor González! gritaba Aznar a Felipe en el Parlamento. Quizás a la tarde del centenario le falto que el público, que llenó a reventar la Corrida del Centenario, hubiera invitado a El Fandi a retirarse ya a disfrutar de lo bien ganado en tantos años de estropear carteles de lujo. Porque el de Granada está en un momento realmente infumable, aunque el palco le regalara una oreja que nadie entendió, en su primero. Pero aparte de ese punto negro la corrida fue una auténtica fiesta. Tanto que es muy posible que dentro de otra centuria, la afición del futuro deba celebrar con, otro acontecimiento taurino, el éxito de toros y toreros en la de este año.

Roca Rey, que por cierto vestido de goyesco parece que se ha escapado del Baile de los Vampiros, armo un escandalazo en sus dos toros. Valiente, decidido, sin una vacilación y más seguro que nunca, les bajo la mano con la muleta a sus dos oponentes en muletazos profundos, largos y ligados como por arte de “birlibirloque” y manejo la espada como un ángel exterminador bíblico. Con el capote, variado, alegre e imaginativo, preparó al público para convertir sus dos faenas de muleta en sendos sucesos, coronados con el acero. Indultó su primero, un buen toro, porque quiso y le dio la gana. Para ello puso al público en trance de tal manera que cuando intentaba perfilarse para matar, la plaza en pie se revolucionaba contra la pena de muerte. Y en esas condiciones la presidencia no tuvo otro remedio que sacar el pañuelo naranja.

Alejandro Talavante enseño su cara más artística, y su arrolladora personalidad le dio un triunfo de cuatro orejas incuestionables, que el “usía” dejo en tres. Su tarde fue un concierto de auténtica armonía que le permitió salir en hombros junto al peruano en olor de multitudes. Miguel Ángel Perera estuvo toda la tarde muy firme, ejecutando su profundo y enclasado toreo, que caracteriza a su poderosa muleta como una de las mejores que uno recuerda. Su dominio de la pañosa y su valor seco y enterizo fue el dique de contención contra el que se estrelló el sexto de la tarde, que tenía más mala leche que un murciélago enloquecido. En fin, una tarde para la historia. De esas que hacen afición. Después del éxito de Rubén Pinar en la primera y el aldabonazo de Roca Rey, Talavante y Perera en la segunda, la Feria del Centenario se ha puesto al rojo vivo.

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