En el toreo, como en todas las cosas de la vida donde hay dinero de por medio, deben medirse bien los pasos antes de darlos. Y esto vale para los propietarios de las plazas, los empresarios y también para los toreros. Hay toreros que atraen más público a las taquillas que otros. Y eso ha sido siempre así, desde que el arte de lidiar toros bravos nació como espectáculo. Espectáculo en el cual, a la hora de la valoración económica de los actuantes no valen reglas laborales igualadoras, porque cada matador es un mundo y establece su propio caché según el público que acude a la plaza para verle. Es la antigua regla de oro: “A más rendimiento, mayor beneficio”. Ningún torero piensa en el dinero mientras está delante del toro, pero es este, al fin y a la postre, el auténtico baremo de su categoría profesional.
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