El palco

Lección magistral de Finito en Córdoba

Rafael Comino Delgado
domingo 27 de mayo de 2018

Soy finitista, eso no es novedad. Y lo soy por la sencilla, elemental y contundente razón de que Juan Serrano interpreta fielmente el toreo, el concepto del toreo que yo soñaba bastantes años antes de que él naciera. Pero también quiero dejar rotundamente claro que soy de todo aquel que se viste de torero y se pone delante. A todos les tengo un gran respeto, a todos procuro verles siempre que puedo, a todos presto la máxima atención, con todos disfruto y me emociono cuando les salen las cosas de acuerdo a las cualidades que Dios les dio.

Dejado claro este punto, el tema que nos ocupa es la actuación de Finito el pasado 26 de mayo en Córdoba, donde dictó una lección magistral de cómo se lidia y se torea a un toro con perfecta técnica, máxima verdad, elegancia, estética, torería y calidad; máximo sentimiento y, sobre todo, con un empaque único. Todas son cualidades de las cuales tiene la patente Dios, y a cada uno le da la cantidad que cree oportuno. A Finito le dio la máxima cantidad posible. Lógicamente, a otros les dio otras. Estuvo en sus dos toros sencillamente sensacional, colosal; dejó claro que es catedrático y yo diría que doctor honoris causa en Tauromaquia por la Universidad del mundo taurino.

En su primero -primera parte de la lección-, que tenía calidad, hizo las cosas tan perfectas, tan naturales, tan relajado, que quizás el presidente no alcanzó a entender en toda su dimensión -tal vez porque al toro le faltó un puntito de transmisión- la genial obra de arte que el Fino realizó. A su segundo -segunda parte de la lección- lo hizo él, porque al principio no parecía que pudiese lograr la enorme faena que construyó, donde su magisterio, su técnica, su entrega y su calidad suplieron lo que le faltaba la toro.

En el primero solo se le concedió una oreja cuando toda la plaza pedía las dos. Algunos dicen que la espada cayó ligeramente desprendida y es posible que estuviera unos dos centímetros a la derecha del del hoyo de las agujas, pero en la plaza de Madrid he visto dar la dos orejas con faenas de menor dimensióny estocadas como esa. Es posible que de no haber sido Finito se le hubiesen concedido la dos, porque a lo mejor el presidente pensó que le acusarían de paisanaje.

En cualquier caso, lo importante a fin de cuentas es que el sábado Córdoba volvió a ver torear con la máxima calidad que se puede ver y que volvió a vibrar y a emocionarse con el Fino. Con toda seguridad, los califas cordobeses que ya se fueron también vibraron y se emocionaron en el cielo con el toreo de este genio cordobés.

No se entiende que un torero de la enorme categoría y dimensión de Finito no toree mucho más. No se entiende que los empresarios, especialmente los grandes, no le den más contratos y priven a los menos aficionados, a los buenos y muy buenos aficionados, a los profesionales, de ver a este maestro y genial torero. Es como si en una Facultad de Ciencias se tuviese a Albert Einstein de profesor de Física, en una Facultad de Filosofía y Letras se tuviese a Miguel de Cervantes de profesor de literatura, en una Facultad de Bellas Artes se tuviese de profesor de pintura a Diego Velázquez, y solo se les permitiese dar, a cada uno, 3 o 4 clases al año. Solo se entiende esto admitiendo que muchos empresarios taurinos son empresarios pero no verdaderamente taurinos, es decir, no les gustan los toros o no entienden el toreo.

¡Si de verdad se consideran buenos taurinos y empresarios, si de verdad aman la fiesta de los toros, dénle al maestro Finito la posibilidad de dictar más lecciones magistrales como la del sábado pasado en Córdoba! Todos se lo agradeceremos.

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