No se puede saldar el deceso de la rejoneadora colombiana de origen árabe Amina Assís, con una esquela absolutamente convencional. Lo escrito, escrito queda, y decir que era amiga de Juan Belmonte es poco para describir la realidad de lo que supuso para el que revolucionó el toreo la hermosa joven, cuyos ojos negros fueron los últimos en cuya profundidad se miró “El Pasmo de Triana”. Aquellos ojos, quizá lo más espectacular del físico de la jovencísima rejoneadora, convencieron al trianero de que su concepto total de la vida ya no tenía sentido para él.
Juan, el único Juan a secas del toreo que no necesita ni siquiera del apellido para ser identificado, llevaba ya un tiempo costándole un mundo subir y bajar del caballo, otro de los motivos que le hacían apetecible el devenir de cada día. El primer gran mazazo que le asestó la vida fue la caída de Joselito en Talavera. Nunca la superó del todo. Pero no encontrar reflejo en la mirada de Amina fue la gota que colmó el vaso de su paciencia… Y decidió ser él mismo quien pusiera punto final a su existencia con un gatillazo que no necesitaba “partenaire” para ejecutarlo. Y así pasó la última página de su vida y entró en las de la historia grande del toreo. Si los ojos de Amina no hubieran sido los últimos en los que se miró el trianero, la rejoneadora colombiana no habría tenido siquiera dos líneas en los periódicos, cincuenta años después, a la hora de su muerte. Seamos realistas y verídicos, que ya hay demasiados que nos engañan cada día, como para que tratemos de hacerlo nosotros mismos…
