Se le echará de menos. Aunque estoy seguro de que sin vestirse de luces seguirá muy cerca de su mundo del toro, del campo, de las plazas. Y de la radio. Le conocía, lógicamente, como torero, con una carrera cargada de dureza y de mérito. Y de cornadas. Dos extremaunciones y un milagro en Zaragoza. Aquella cornada en la cara hubiera retirado al noventa y nueve por ciento de los que se visten de luces. Ese uno que falta para el centenar lo llevaba Padilla en su corazón de guerrero. Una primera etapa cargada de miuras y parecidos donde había que echar más cojones que regusto; pero nunca renunció ni maldijo su destino. Disfrutó del toro montaraz y este jerezano reinó en la Francia del toro buido (acanalado, afilado, aguzado, estriado, puntiagudo y punzante son acertados sinónimos de buido), y fue torero en todo el norte de España con ganaderías duras a las que entendió y con las que funcionó entre puertas grandes y cloroformo.
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