Hablan los testigos de la tragedia

Manolete, 66 años después de cruzarse con Islero en Linares

Así recordaron su apoderado, Camará, y miembros de su cuadrilla como Pinturas, Cantimplas, Ramón Atienza y Pimpi los últimos momentos del Monstruo
Redacción APLAUSOS
lunes 02 de septiembre de 2013

Este miércoles se cumplen 66 años de la cogida mortal de Manolete en Linares. “Islero”, de Miura, pasaría a la historia como el toro que acabó con la vida del Monstruo. Es momento de recordar cómo vivieron su apoderado y sus subalternos los últimos momentos a su lado. Camará, Pinturas, Cantimplas, Ramón Atienza, Pimpi… relataron para El Ruedo sus impresiones de aquella tarde.

“El toro era muy peligroso. Por eso cuando Manolo se acercó a mí para preguntarme cómo veía al toro le dije: No es bueno. Échale la muleta abajo y procura dominarlo. Aquella faena que le hizo no era, ni mucho menos, la que el marrajo merecía”. Son palabras de José Flores “Camará”, su apoderado.

Antonio Labrador “Pinturas”, el gran peón aragonés, recuerda: “Corrí a hacerle el quite tras la cornada y observé extrañado que se quejaba, cosa que nunca había hecho. Eso me dio una idea de la gravedad del percance. No podré olvidar -añade- cómo preguntó si le habían concedido la oreja. Las dos y el rabo, le contestó Carnicerito de Málaga”.

Por su parte, Ramón Atienza, multado tras picar a “Islero”, comentaba: “El manso empujaba y yo recargué todo lo que pude, tratando de restar fuerza para la muleta. ¡Y me multaron por castigar demasiado a aquel asesino! Manolete, que en otras ocasiones pedía el cambio de suerte, en ésta puso cara de contrariedad cuando sonaron los clarines”.

Pimpi, el picador que guardaba la puerta, confesaba: “Estuve con él hasta que expiró. No me separé de su lado un solo momento. Las cinco transfusiones de sangre las soportó con todos sus sentidos. Se quejaba, eso sí. Y me decía: Pimpi, no te vayas. Dios te pagará cuanto haces por mí.

El banderillero más antiguo de su cuadrilla, su primo hermano Rafael Saco “Cantimplas”, relató: “Pasé con él toda la madrugada. Se lamentaba de su mala suerte. Se acordaba mucho de su madre, pedía constantemente hielo y agua, y un cigarrillo también. Se lo encendí, le dio tres chupadas con pulso tembloroso, me entregó el cigarrillo y acabé de fumármelo fuera de la habitación. ¡Pobre Manuel!”.

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