Hace tiempo que en Madrid, y en otras plazas que tenían el abono consolidado y alto, el público mantenía una pauta de comportamiento. El escenario tenía su calibre más o menos homogéneo. Madrid era una los domingos, como más popular y menos exigente, día de cesión de abonos al portero de la finca. Sevilla, en preferia, había tanto entendido de la zona que entre el bien, el óle y el silencio se podía radiografiar desde un muletazo a la forma de caminar de un torero. Los asistentes eran los que eran, diarios y sin nomadeo.
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