La Revolera

Vienen tiempos difíciles

Paco Mora
martes 17 de marzo de 2020

No cabe esconder la cabeza debajo del ala como los avestruces para no ver la realidad, en una situación como la actual. Es inevitable pensar en el futuro inmediato, cuando vencido y dominado el Covid-19, ese toro “pregonao” que con dos guadañas por pitones amenaza con llevarnos por delante, caiga patas arriba vencido por la espada de la ciencia que se esfuerza día y noche por encontrarle el hoyo de las agujas. Porque doblar doblará, más pronto o más tarde pero doblará. Todo llega y todo pasa, pasaron el Diluvio Universal, Las Siete Plagas de Egipto, y hasta el Vesubio dejó de vomitar fuego líquido sobre Pompeya y Herculano, y el hombre, que es la obra maestra de Dios, al final siempre permanece. A veces fastidiado pero sobrevive…

La tragedia que ha originado el Covid-19 es aterradora, y muchas familias de todo el mundo quedarán marcadas de por vida, pero respecto a la Fiesta de los Toros, ciñéndonos a la más descarnada realidad, hay que pensar en el día después. Es de temer que por mucho que se afane la ciencia, salvo inspiración divina o gozosa casualidad, la vacuna salvadora tardará en llegar y a Valencia y Sevilla le pueden suceder Madrid, Pamplona y buena parte de las ferias del largo y cálido verano. Lo que daría origen a que al perjuicio económico de empresarios y toreros, haya que unir el de los ganaderos que se quedarán con sus camadas en el campo con una ruina sin precedentes.

Porque la Guerra Civil significó un paréntesis en el toreo como espectáculo, pero aparte de que en ambas zonas se celebraban algunas corridas, aunque fuera de carácter benéfico, los toreros en candelero que lograron evadirse del torbellino de la guerra torearon algo en el Sur de Francia, en Portugal y en los países taurinos de América. Pero en “esta guerra” la ruina se generaliza con carácter de epidemia y solo se podrá superar, a la corta o la larga, con la colaboración de empresarios, ganaderos y toreros… Y del Estado que no tendrá otro remedio que reconocer oficialmente el carácter catastrófico en que económicamente queda el sector taurino.

Aquí todo el mundo tendrá que levantar la vara y acoplarse a la situación, que no puede ser gloriosa. Los toreros tendrán que dejar a un lado exigencias fuera de lugar y de tiempo y las empresas conformarse con lo que haya si queremos que la Fiesta supere este mal momento. Una anécdota suele ser más explicativa que mil razones; en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil, cuando los chavales salíamos casi volando del colegio, como pájaro al que le abren la jaula, hacia la merienda de casa que no podía ser como para tirar cohetes, si acaso una rebanada de pan negro untada con aceite y azúcar, y si la madre preguntaba qué querías, solías contestar; “cualo haya”. A buenos entendedores con pocas palabras bastan…

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