En su día la primera Corrida Goyesca con mayúsculas tuvo sentido propio. Eduardo Pagés decidió celebrar en Murcia en 1929, con un año de retraso, el centenario de la muerte en Burdeos de Francisco de Goya con un festejo de resonancias dieciochescas. El patrón no quedó fijado en Madrid hasta un cuarto de siglo después: coches de caballos de época, paseo de majos y manolas por la arena, despeje de plaza antes del paseíllo, palcos engalanados. La evocación del despeje de plaza, clave en la conformación del espectáculo, y, desde luego, la tropa entera de espadas y cuadrillas, monos, mulilleros y areneros vestida según el canon de indumentaria fijado en tapices, pinturas y láminas de Goya o de Antonio Carnicero. La sola excepción de los alguaciles, de riguroso negro Habsburgo.
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