La Pincelada del Director, por José Luis Benlloch

En homenaje a un héroe

José Luis Benlloch
domingo 18 de junio de 2017

El traslado del héroe a la enfermería, que recuerda a la Piedad, engrandece el toreo, simboliza su parte más humana, escenifica la solidaridad, la dureza de la vida, recuerda que la muerte tiene forma y duele… y hasta los colores vivos de los vestidos de los lidiadores le añaden una dura belleza que sólo se da en la lucha del hombre frente al toro, amigo imprescindible en las lecciones de vida que son las corridas.

Luto. Y mucho pesar. La jornada del sábado, la semana, la temporada…, esos impactos no se olvidan, se encabritó hasta los límites que nunca desearíamos. Que le pongan crespones negros, que un toro mató a Fandiño. Así de seco, así de duro, así de cruel. La fiesta, para qué negarlo, tiene ese componente de crueldad. La vida lo tiene y la corrida es una representación de la propia vida. La muerte en la plaza es una posibilidad que acompaña a los toreros día tras día. Nadie la desea, nadie quiere pensar en ella. En ocasiones se le desafía con insistencia, Fandiño lo hizo cantidad de veces y salió victorioso; en ocasiones, desde los tendidos, se la obvia de una manera obscena y se exige como si el toreo fuese un inocuo ejercicio de tiralíneas; y en una perversión absoluta de los valores, lo vamos a comprobar estos días, los hay que hasta la reclaman desde las redes sociales y les parece justa en razón de sus mentes estúpidas… Seguramente sea necesaria, la muerte, para que el toreo siga siendo el espectáculo más auténtico de cuantos se producen hoy día, para que la retórica del aquí se muere de verdad sea verdad, pero cuando llega sorprende, duele en lo más profundo e incrementa la admiración hacia el torero, el último héroe de esta sociedad en el concepto más clásico de la palabra. Y desde luego nunca es justa, ni hace distingos, afecta al grande y al chico, al triunfador y al que pelea por serlo, en este caso le tocó a un valiente al que el éxito siempre le costó caro, parece que ese era su sino.

Uno le recuerda perfilándose para entrar a matar sin muleta a un torazo de Guardiola en Madrid –“¡o tú o yo!”- en un desafío sobrecogedor. Eran los tiempos en los que andaba empeñado en hacerse un sitio en las ferias para competir con los mejores. Le recuerdo y le recordaré siempre en las ferias de Madrid, de Bilbao, de Valencia, de Pamplona… ya entre los mejores, repitiendo ese gesto y parecidos cuando la competencia apretaba, plantado, desafiante, cargado de orgullo… para defender su territorio y su categoría, esa que tanto le había logrado conquistar. Le recordaremos echándose a la espalda el sobrepeso de haber elegido una administración independiente, en este caso a su Néstor, amigo del alma, con cuya ayuda había logrado escapar del mundo duro, durísimo de las capeas. Lo suyo era un maridaje profesional y también personal porque los hombres tienen que ser agradecidos y cuando se lucha calle por calle, palmo a palmo en los submundos de la profesión para alcanzar anhelos comunes, se crean lazos que nadie debe romper.

Nada le fue fácil ni gratuito, ni la gloria profesional ni el bienestar personal, eso ha sido así hasta el último instante de su vida. Ahora, cuando todos teníamos los ojos puestos en el cierre de Madrid y comenzaban a alumbrarse las ferias sanjuaneras, se nos coló la infausta noticia desde Aire Sur l´Adour, otro nombre a añadir a la lista negra de Talavera, Manzanares, Linares, Pozoblanco, Colmenar… para recordar que la tragedia es una posibilidad siempre latente que acompaña al torero más allá de la importancia de los escenarios y del rango de sus protagonistas.

Las imágenes reproducidas en todo el mundo, en las que los toreros llevan en brazos a Fandiño camino de la enfermería que en este caso se mostraría innecesaria, tiene claras semejanzas con la Piedad de Miguel Ángel y engrandece el toreo, simboliza su parte más humana, escenifica para quien tenga sensibilidad para entenderlo, la solidaridad, la dureza de la vida, recuerda que la muerte habita entre nosotros, que tiene forma y duele más allá de lo que nuestros jóvenes hayan llegado a creer en los despersonalizados tanatorios de la época, y hasta los colores vivos de los vestidos de los lidiadores, le añaden una dura belleza que sólo se da en la lucha del hombre frente al toro, amigo imprescindible en las lecciones de vida que son las corridas. Esa ha sido la última aportación de Fandiño al toreo. Lo dicho, nada le resultó fácil.

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