La noche del 12 de julio se llevaban vistos en Pamplona cincuenta toros. Cuarenta y ocho de ellos habían corrido el encierro. Los otros dos, enchiquerados y jugados como sobreros, no. Porque el encierro nada más pueden correrlo seis y no menos de cinco. Como si la pista virtual solo tuviera entre cinco y seis carriles. Y dos más, laterales, para los corredores que abren paso a los cabestros de guía y su temible séquito. Lo que impulsa al toro a correr es un miedo gregario, sostenía el olvidado Luis del Campo, que tanto estudió la historia y el sentido de ese asunto, y tantas especulaciones puso negro sobre blanco.
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