El nuevo reto de Salvador Gavira García

Antonio Girol
viernes 06 de octubre de 2017

Llevar la gorra y las botas del padre caído es una responsabilidad que marca a quien hereda esas prendas. Así lo entendió desde el primer momento Salvador Gavira García. Por eso, llegado el momento, decidió emprender en solitario la aventura de continuar el legado de su padre. La ganadería ha tomado un nuevo camino, ahora desde otra finca y con un hierro que tomará antigüedad el próximo jueves en Las Ventas.

Cuenta Platón que más allá de las Columnas de Hércules, en lo que hoy sería el estrecho de Gibraltar, existió una tierra mítica rodeada por tres círculos concéntricos de agua. Esa isla, rica en todo tipo de recursos, se llamó Atlántida y albergó el conocimiento más avanzado de la antigüedad. Esta leyenda que ha llegado hasta nuestros días ha provocado que no sean pocos los investigadores que han gastado años de vida en buscar ese continente perdido que Poseidón entregó a Atlante, el mayor de los diez hijos que tuvo con Clito, hija de Evenor. Si el relato de aquella Atlántida ha cautivado a todas las generaciones de la humanidad, ¿qué no evocarán las imágenes de esta otra isla? En ella, Salvador Gavira García cría a esos toros que su padre, el llorado Antonio Gavira, soñó en ese cortijo viejo, expropiado, que cada verano emerge de las profundidades del pantano de Barbate como si un mágico sortilegio hiciese aflorar de las profundidades del Atlántico a la tierra que le legó su nombre.

“La Isla de Vega Blanquilla es una finca de una singularidad especial. Son cuatrocientas hectáreas totalmente rodeadas de agua con una belleza medio ambiental enorme. Aquí, los toros conviven con todo tipo de especies de pájaros y alternan su vida entre las playas y los pastos del monte arbolado que componen los alcornoques y acebuches. ¡Vaya marco para el toro bravo!”, exclama con orgullo mientras otea con la mirada el horizonte que se pierde buscando al Peñón en lontananza.

Marco en el que ya vivieron toros de Antonio Gavira antes de que éste comprase Soto de Roma, la finca soñada por cualquier ganadero de bravo, que a día de hoy es, junto con el hierro histórico de la casa, propiedad de los hermanos de Salvador: “El 31 de diciembre de 2014, la Comunidad de Bienes que era la ganadería de Antonio Gavira se divide en dos partes. Una para Almoraima y Juan, mis hermanos, que incluye Soto de Roma con instalaciones y cortijo, el hierro de Antonio Gavira y un porcentaje pequeño de vacas. Y otra, para un servidor, que se queda con las vacas nodrizas de la ganadería y la Isla de Vega Blanquilla que es donde pastaban los toros de Baltasar Ibán y donde pastaron los utreros y erales de mi padre cuando se vino de Sevilla y puso las bases de su ganadería antes de comprar Soto de Roma”.

De esa manera arranca la nueva andadura, en solitario, de Salvador Gavira García, “la cual inicio con el noventa por ciento de las vacas de Antonio Gavira y sin el hierro. Hay quien pueda pensar que un ganadero sin hierro es como una persona desterrada. Pero yo no lo creo así. En estos tiempos que nos han tocado vivir tu trabajo es tu marca. Es algo personalista. Si yo llevo a mi abuelo y a mi padre por dentro, no necesito ningún hierro. La sangre de esos animales es mi seña de identidad. ¡Cuidado, porque ahora eso lo deben refrendar los animales en la arena!”, señala muy serio.

El espejo de esta historia nos devuelve la imagen de un hombre muy valiente, porque así hay que serlo para ser ganadero sin camadas de toros, como le tocó afrontar el futuro a Salvador Gavira García una vez llevado a cabo el trato particional con sus hermanos: “En realidad he lidiado algunos becerros y erales que estaban en la finca nodriza. De ahí que el año pasado lidiase una corrida y una novillada”. Ganado que ahora lleva un hierro distinto, inscrito en la Asociación, pero la misma sangre que un día soñase Antonio Gavira y que tras su prematuro fallecimiento perpetuó su hijo Salvador: “Cuando mi padre murió me puse su gorra y sus botas, y aún llevo ambas prendas puestas”, asevera. A lo que añade: “Cada uno conoce su futuro: el mío es ser ganadero, por eso llevo puesta esa gorra”.

De ahí que con sus vacas viejas y su Isla de los Toros no haya dudado un minuto en confiar su hacienda y su futuro a una sangre por la que siente verdadera pasión: “Mi sueño es el toro bravo y la sangre de Marzal. Yo tengo la fábrica entera. Hago este trato con mis hermanos porque poseo una fe enorme en el toro de Antonio Gavira. Porque el sueño de Antonio Gavira es el de su hijo Salvador”. Ese sueño responde al de ese animal que su padre moldeó hasta convertirlo en encaste propio: “Él fue el creador. ¿Qué tiene ese toro? Tiene una sangre tan antigua como la que más en la cabaña brava española. Y esto se demuestra tan sencillamente como con hacer un pequeño análisis de sangre. La ganadería de Gavira es de las más antiguas por su encaste. La distancia genética viene porque la ganadería de Marzal en un siglo sólo ha tenido tres refrescos de sangre sobre la base de vacas: toros del Conde de la Corte en 1930, de Pablo Romero en los 40 y un toro de Salvador Domecq en los años 80. De ahí su pureza”.

A estas palabras, Salvador añade: “Recientemente he terminado de hacer el libro de pureza de sangre y, ¿cuál ha sido la sorpresa cuando esperaba un cincuenta-cincuenta? Que mi ganadería la compone un ochenta por ciento Marzal y un veinte por ciento Domecq que se corresponde con un toro y treinta y nueve vacas de El Torero, la mayoría tan viejas que ni siquiera parieron”. Hace una pausa, y añade: “Vacas de las que Padilla mató veintitantas aquí, en la Isla de los Toros, en un cortijo que hoy está hundido, en una plaza de lata, y con las que se hizo torero. En cuanto a aquel toro, dio sementales que impulsaron la cara y la raza de esta ganadería tan antigua que era la de Marzal. Ese refresco otorgó un impulso durante cinco años, que es ese que solemos ver en las ganaderías nuevas”.

Ese impulso al que se refiere Salvador Gavira tuvo una importancia vital en la ganadería de Antonio Gavira, tal como explica su hijo, que lo vivió en primera persona: “El toro refrescaba sangre, pero la base era cien por cien Marzal, lo demuestran los papeles. A día de hoy la marca de aquel toro en la ganadería es solo del veinte por ciento. Insisto, los ganaderos hablan mucho, pero con un análisis de sangre se demuestra lo diga quien lo diga. Antonio Gavira le da al toro original de su ganadería su toque de autor. Hasta el punto de que en los años ochenta junto con Antonio Pérez de San Fernando son los dos ganaderos que más lidian en España. ¡Temporadas de cien toros! Ahí está la hemeroteca de Aplausos para corroborar mis palabras. Y fue posible porque cuando pasó la época de Palomo y El Cordobés, su toro bonito quedó desactualizado. Entonces, mi padre se queda sin el animal de plaza de primera que se demanda en los años siguientes. Rápidamente se da cuenta de que sólo un refresco externo a una ganadería tan antigua que había llevado a la ruina a sus cinco anteriores propietarios puede salvarle y lo encuentra con un toro, un único toro sobre una base de quinientas vacas. Ese refresco dura unos años, pero mi padre tenía un proyecto futuro y fue generoso con su propia ganadería porque no comercializó su éxito, sino que sacó siete u ocho sementales y ahí se refuerza su obra hasta llegar al día de hoy. Por eso, la ganadería de Gavira es la vaca vieja de Marzal con el semental con cara de El Torero, que son las que actualizan la vacada tanto de cara como de raza. Pero la movilidad y esa forma de beberse la muleta que produce borrachera, es Marzal”, apostilla.

Volvemos al momento actual, Salvador, al igual que esas aves migratorias que usan el parque natural de Los Alcornocales como lugar de alimento y desarrollo para reponer fuerzas de cara a su migración a otras tierras, tiene las ideas muy claras con respecto al futuro que le espera a su nueva ganadería: “Este arranque supone todo un reto. Sólo el proyecto de la finca: de realizar cortijo, corrales, vallados -al estar todo virgen- lo es por sí solo. Pero gracias a vivir desde pequeño como el hijo de un vaquero me ha hecho sentirme muy cómodo en los manejos. Lo que para otros sería un reto imposible: sin dinero y con una piara de vacas, para mí es fácil gracias a mi formación como ganadero y el haber estado siempre al lado de mi padre. Y también gracias a mi formación como arquitecto”. Reto que comenzó a finales de 2014 y del que se puede decir que lleva andado la mitad del trayecto de esa tierra de promisión que se ha marcado: “Que será cuando vuelva a tener setenta u ochenta toros que son mis setenta u ochenta machos nacidos en esta isla”. Toros con marca propia, heredada de un visionario: “El toro de Gavira sigue siendo el mismo con una clase y una nobleza sensacional. Desde que muere mi padre, mi trabajo consistió en actualizar la ganadería a los tiempos actuales, que son los del toro de raza. Y así lo seguirá siendo”, remarca con vehemencia.

Animales que mientras Salvador habla miran con la seriedad que imponen sus pitones blancos como el plumaje de esas garcillas bueyeras que anidan junto a ellos en tan idílico paraje: “Reconozco que mi andadura ha sido potenciar Marzal porque me gusta más esa sangre. Pero, dicho esto, hay algo que me enseñó mi padre y es que él era un enamorado de la belleza del toro por hechuras. De ahí que ese animal muy recogido de cara, con mucha longitud de pitón, y con las palas tan blancas como el marfil fuese una de sus obsesiones, como lo son también para mí. Está bien conocer la ganadería a través de los libros, pero nunca tu sensibilidad puede abandonar el toro que morfológicamente tienes en la cabeza que, en mi caso, es el mismo que soñó Antonio Gavira, mi padre”.

*Reportaje fotográfico: ARJONA

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