La Pincelada del Director, por José Luis Benlloch

El secreto está en los grises

José Luis Benlloch
martes 05 de diciembre de 2017

La confianza excesiva siempre fue mala compañera de viaje tanto en el ruedo como en la vida. Así pues, átense los machos, pongan los cinco sentidos, aprieten a la Administración, reivindiquen sus derechos, desnúdense de complejos y pongan el telediario, cualquier cadena sirve, comprobarán que nadie puede tacharnos de violentos ni de arcaicos ni de insolidarios, basta con comparar. Es evidente, pues, que el toreo tiene vida y razones para vivir. El pesimismo no es la mejor compañía para sacar adelante temas tan acosados como el toreo. Tan controvertidos. Tan enmarañados de sentimientos e intereses a la vez. Ya se sabe, corazón y cartera nunca maridaron bien o fácil. Tan abandonados de la Administración que en el mejor de los casos da pares y nones según quién taña sus empolvadas cuerdas. Eso, más o menos, lo escribió Machado y le viene al pelo. Eso, cuidado, tiene el mal fario de las peteneras. Pues aun reconociendo lo pernicioso de semejante compañía, cuesta desnudarse de la taleguilla del pesimismo. Especialmente cuando caes en la cuenta de que cada año, cuando llegas a este punto del calendario, estás donde estabas sin el menor atisbo de poder gritar tierra, eureka u ole… Solos ante la inmensidad del océano, solos, o casi, en muchos tendidos de las viejas plazas, mudos a la hora de la reivindicación, con ciertos complejos sociales, ¡nos acogotan!, incluso peligrosamente enrocados frente a cualquier reforma. No es fácil darle un quiebro al pesimismo.

Solos ante la inmensidad del océano, solos, o casi, en muchos tendidos, mudos a la hora de la reivindicación, con ciertos complejos sociales, ¡nos acogotan!, incluso enrocados frente a cualquier reforma…No es fácil darle un quiebro al pesimismo

Así está, grave, el viejo planeta de Cañabate, ese es el medio ambiente que nos rodea. Si descendemos de la retórica a la realidad se puede hablar de gerontocracia artística, dicho de manera más coloquial, los matadores tan decisivos en todo, al escalafón en la parte superior me refiero, está mayor, con pocas novedades y ahí duele, en la falta de novedades; las vías de acceso están viciadas u obstruidas artificiosamente; y si el escalafón está mayor no preguntemos cómo es la clientela, evidentemente muy mayor; además el toro es más grande que bravo; las autoridades que arbitran tocan de oído, siempre salvando las excepciones, viven el toreo de lejos, con escasos conocimientos y sin ninguna responsabilidad más allá de su ego o sus miedos personales y reglamentaristas; las estructuras económicas son museísticas y la capacidad de financiación es terriblemente feble, basta con ver el gemir y los pagarés de fin de año, la de empresarios a la fuga que pululan en los arrabales e incluso en las capitales. Eso por no hablarles de la falta de educación/cultura taurina que reina en los medios generalistas. El toreo les importa un bledo más allá de los escandalitos sentimentales de sus figuras. Y podría seguir. Esa es otra cuestión que advierte de la gravedad del momento, que podría seguir con la lista de hándicaps a superar, pero sería como coger la senda del pesimismo y vaya usted a saber a dónde lleva o sí lo sabemos, pero mejor no pensarlo. En cualquier caso todo tiene una lectura positiva que podría permitir que cambiásemos esa taleguilla de catafalco y pesimismo que he dibujado por otra de verde esperanza y oro, porque si a pesar de todo seguimos aquí, algo tiene el toreo que lo hace altamente resistente a la tropelía y desconsideración.

Nadie puede tacharnos de violentos ni de arcaicos ni de insolidarios, basta con comparar, basta con poner un telediario y comprobarlo. El toreo tiene vida y razones para vivir

Si aun así respiramos, hay que pelearlo. Estoy seguro de que todas las mancas y carencias que he señalado tienen su réplica. Primero, ninguna puede interpretarse como verdad absoluta. Que sí, que el escalafón está mayor, pero está donde está por méritos propios y los hay muy buenos, grandes toreros que lo hubiesen sido en cualquier época; que la llegada de novedades está difícil, sí, pero quién dijo que ser figura del toreo era cosa fácil, ni cuándo, pregunto, fue fácil llegar a figura; qué, sigo preguntando, cómo un toro puede ser tan grande y embestir sin ser muy bravo; podríamos replicar que la clientela, al público me refiero, nunca fue joven; también que nunca el toreo tuvo tanta competencia en la oferta lúdica, ya hace tiempo que se acabó aquello de teatro o toros, en realidad todo lo tienen todos sin salir de casa; el que la autoridad vive el toreo de lejos podría leerse como que vive ajena a los intereses y no es mal hábitat para quien debe ejercer de juez, al fin y a la postre el conocimiento y la implicación no tiene por qué suponer obligatoriamente ecuanimidad; y si hablamos de economía, de capacidad financiera o de atención y respaldo por parte de la Administración es argumento más difícil de revertir, pero podríamos mirar a los lados y ver la situación de otros sectores o podríamos argumentar que con esas deficiencias hemos llegado hasta aquí, o que los grandes empresarios, que tanto se añoran actualmente, apenas dos generaciones atrás tenían la misma capacidad financiera que los actuales y/o que a lo mejor todo ello es lo que corresponde a algo tan ancestral como el toreo o que ese aislacionismo ha generado una burbuja que ha inmunizado al toreo de influencias más perniciosas todavía.

Pero aun siendo así, que no lo es, sencillamente porque las verdades absolutas no existen, no conviene confiarse, la confianza excesiva siempre fue mala compañera de viaje tanto en el ruedo como en la vida. Así pues, átense los machos, pongan los cinco sentidos, aprieten a la Administración, reivindiquen sus derechos, desnúdense de complejos y pongan el telediario, cualquier cadena sirve, comprobarán que nadie puede tacharnos de violentos ni de arcaicos ni de insolidarios, basta con comparar. Es evidente, pues, que el toreo tiene vida y razones para vivir. En la escala de grises radica la cuestión.

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