La página de Manolo Molés

Ahí nació el planeta de los toros

Manolo Molés
domingo 07 de enero de 2018

El toro bravo viajó a América en los inicios de la conquista no para ser toreado sino para guardar, en doble empalizada, las misiones de los curas y las mansiones de los ricos. Tiempos de poca seguridad. El toro era como Securitas de ahora.

Ya es tiempo de América. Todavía germina aquella semilla que sembraron los españoles, los conquistadores, los guerreros, los curas, los que llevaron la cultura, el idioma, la religión y también la rapiña y algún que otro comportamiento poco recomendable. Pero la historia de aquella conquista fue infinitamente menos cruenta que la que hicieron, a golpe de espada, los británicos y su entorno geográfico. Éstos entraron a saco y prácticamente acabaron con las tribus indígenas. Dejaron sólo reductos de los habitantes naturales antes de que los invasores barrieran los estados del Atlántico al Pacífico.

Lo de los españoles también tuvo su miga pero en otro tono. Es verdad que la búsqueda del Dorado, del oro, de la riqueza, también tuvo que ver pero en tres siglos se sembraron otros sentimientos, otra cultura, otra enseñanza para el nuevo mundo.

Toda conquista tiene sangre, sudor y lágrimas. Por supuesto. Pero sólo la de la vieja Castilla y sus reyes titulados de católicos, asumieron algo más. Lo más espectacular fue cómo curas y maestros enseñaron el perfecto castellano de Cervantes a millones de personas desde California a la Antártida, tierra de fuego. Un montón de países, millones de nativos, con mil lenguas, acabaron hablando mejor que nosotros el castellano del viejo y enorme reino de Castilla. Por cierto, cuando tenga duda de en qué regiones estaba ordenada España, por ejemplo en 1212, veréis que todo es muy nítido. Un gran reino de Castilla que se asomaba al Atlántico incluyendo lo que más tarde sería el País Vasco y otras comunidades posteriores. El reino de León, que ampliaba la tierra de su nombre e incluía a Galicia; el reino de Navarra y el reino de Aragón, que incluía, atención, a toda la región valenciana, a toda la catalana y a todas las Baleares. La historia abre tantos ojos que nos retorna a la reconquista.

Dominaron tierras, países, oros, riquezas, pero a más de enseñar un idioma y una religión que hermanaba casi dos continentes, también tuvo que ver algo el toro. Sí, el toro.

EL TORO PASÓ DE SER GUARDIÁN DE HACIENDAS A FORMAR GANADERÍAS

El toro bravo viajó a América en los inicios de la conquista no para ser toreado sino para guardar, en doble empalizada, las misiones de los curas y las mansiones de los ricos. Tiempos de poca seguridad. El toro era como Securitas de ahora. El toro bravo español llegó a América para ese primer cometido.

Pero las semillas germinan. Y de España fueron toreros de mayor o menor relieve y de los indígenas y mestizos también aparecieron algunos pero lo cierto es que la cabaña brava creció en muchos países. Creció y se perdió con el tiempo en Centroamérica, algo quedó en tierras de California, apenas hay datos de Argentina, Brasil por supuesto que no porque era tierra de portugueses y no llevaron el toro. México, la gran Colombia, con el añadido de Perú, Venezuela y Ecuador fueron los centros fundamentales donde el toro pasó de ser guardián de haciendas a formar ganaderías para que el espectáculo hispano creciera en esos países.

Cuando Díaz-Cañabate creó aquella frase de “El planeta de los toros” ya se refería a los cinco países americanos donde arraigó el toro y a los tres europeos.

AQUELLOS CURAS SEMBRARON LA SEMILLA DE UNA FIESTA

Y ahí se agiganta la importancia del toro. La raíz de la afición creció tanto que cuando esos países recuperaron su independencia, o sea, que acabaron con la dependencia hispana, el que se quedó fue el toro adoptado para un sentimiento y un espectáculo con el que los países ibéricos (dejemos claro que se llamaron así por el Íber, o sea, el Ebro, que fue el río que abrigó a los pobladores que adoptaron ese nombre que todavía resuena. Íberos-Íbero-América, Íber, o sea, habitantes cercanos al río Ebro) tomaron como propia la fiesta de los toros.

Y allí sigue. Con una pasión enorme en el inmenso país que es México, con una seriedad imponente en Colombia, con la zozobra de un país en Venezuela, con el buen gusto del Perú desde la sevillana plaza de la capital hasta las mil placitas del interior y en ese Ecuador, que vive a la espera de que la política nos restituya Iñaquito, la plaza de la alegría. La plaza en donde los toreros tenían que llegar cuatro días antes para adaptarse a la altura. Ese Quito que las veinticuatro horas de todos los días empieza en tiempo de primavera, contiúa con un verano tórrido a mediodía hora taurina, sigue con un otoño cuando el sol desaparece tras el Pichincha y, joder, busca un abrigo para el invierno de la noche.

Aquellos curas o hacendados que se llevaron el toro bravo a América para que pudieran dormir tranquilos, inconscientemente sembraron la semilla de una Fiesta y una pasión.

Aquel legado sigue vivo. Toros con sangre hispana y toreros que crecen lejos y nuestro país como gran herencia de aquella quimera. México repleto, Colombia esperando otro César, Ecuador, Venezuela con su Colombo, Perú con la luz rutilante de Roca Rey… Todo empezó en 1492, tres carabelas, Palos de la Frontera y Colón buscando las Indias. Ahí nació “El Planeta de los Toros”. Qué cosas…

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