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Con Dios, Manuel

Carlos Ruiz Villasuso
domingo 24 de febrero de 2019

Yo no soy partidario de las despedidas, y, sin embargo, siento un gran afecto por el adiós. La despedida, del latín ex petere, es pedir permiso para partir. Un “adiós” es palabra que resume un “con Dios”, eso que te decía el del bar del pueblo cuando salías por la puerta después de haber tomado el cafelito. En algún bar del camino de la Ruta del Toro he escuchado ese “ea, zeñore, quedarze con Dio”. Un vaya usted con Dios, que era la mejor compañía, aunque uno viajara solo. Como creo que Manuel Jesús “El Cid” es creyente, aquí va mi adiós. Mi “condió, Manué”.

Un condió como Dios manda ni se lo gana cualquiera ni se lo merece cualquiera. Es más, algunos toreros no se merecen un adiós sino una despedida. Uno lo barrunta: viven en un continuo hasta luego y vuelven a torear porque cumplen no sé qué, porque tienen no sé qué o porque se lo ha pedido no se quién o porque si los bolsos de Ubrique. No digo el que se viste de corto alguna vez o más o menos. Yo me entiendo. Uno que ha sido por derecho se merece el mejor adiós, que es el mejor de los deseos como pago a la humildad, sencillez, pureza, grandeza, verdad y dignidad de un torero con un historial que le ha hecho acreedor de tener un lugar en la memoria del toreo.

Posiblemente haya sido el sevillano que más tiempo tardó en convencer a Sevilla de que era sevillano. Y eso, es jodido. Razón obligada para el exilio a los madriles, donde siempre está a mano el acogedor, grácil y fácil Valle del Tiétar. Esa zona y este toro, que, o te manda al hule o te manda a casa o te manda para arriba. Ahí no hay truco o trato. Seis años de novillero, entrando y saliendo de Las Ventas, mirando de reojo a Sevilla y supongo que a otras partes. Y cuando parecía que lo tenía en la mano, la mano le fallaba.

El Cid no merece una despedida de esas de pedir permiso y darse una vuelta de honor. Merece un adiós tan por derecho como por derecho ha sido su toreo. Así que ahí va el mío. Vaya usté con Dió, don Manué. A ver si de verdad el verbo disfrutar se conjuga y se conjura para verle torear… aunque los pinche a todos

Manuel corría el riesgo de ser un torero del “porque si no”. Porque si no llega a pinchar a un toro de El Pilar en Sevilla en 2001, a Guitarrero, de Hernández Plá, en Las Ventas y no digamos qué habría pasado si mata bien al toro Guitarra de los Lozano. Pues, a pesar de esos “anda que si no pincha”, se colocó en la cima de los escalafones, en la cima de los carteles, en las cimas de las plazas importantes. En mi modesta opinión, la faena a un toro de Victorino en Bayona, al que le cortó el rabo, le puso donde debía estar.

Esa forma de enganchar adelante, suave el cite, meciendo los vuelos de la muleta hacia el hocico, trayendo la embestida por abajo en trazo largo, girar cuerpo, brazo y muñeca para dejarla “muerta” en la cara del cárdeno, es una seña de identidad de El Cid. Muy suya. Y durante muchos años, fuera de copia. Yo recuerdo un cartucho de pescao en Madrid a uno de El Pilar, el toro en las tablas, él en los medios, que, desde que se la echó con la zurda adelante hasta que el toro salió de los vuelos de la muleta, le redujo la velocidad. Eso está ahí para verse.

Ha sido de esos toreros que con la izquierda ha reducido más allá del temple. Y de los que son capaces de hacer eso, caben pocos en la docena. Vayan ustedes por Madrid, Sevilla, Bilbao, Logroño, en fin… por ahí, y a ver qué le dicen de El Cid. Un torero que ayudó a Victorino a meterse de lleno dentro de la idea de que ese toro podía y era el más profundo de todos. Quitemos a El Cid, y ahí algo falta.

Y es un torero transparente. Pocos han sabido taparse tan mal como él. Ni un gramo de disimulo cuando no se estaba o no se estaba a gusto, anda que ha engañado. Entre otras cosas porque de belmontino ha tenido eso de que las/sus piernas no son muy para el ballet. Y un torero que recuerda siempre quién es y dónde estuvo, pues hay gente que es como un mapa, que te enseña el bocata de chóped de las noches del Tiétar tieso y las tardes de oro de Bilbao y seis de Victorino para mí, y las de en hombros en tantas partes.

Seguro que ya les convencí. El Cid no merece una despedida de esas de pedir permiso y darse una vuelta de honor. Merece un adiós tan por derecho como por derecho ha sido su toreo. Así que ahí va el mío. Vaya usté con Dió, don Manué. A ver si de verdad el verbo disfrutar se conjuga y se conjura para verle torear… aunque los pinche a todos.

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