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Carlos Ruiz Villasuso
sábado 09 de marzo de 2019

Si alguna vez hubo esperanza para la Tauromaquia, es ahora. La hay porque las elecciones del 28 de abril tienen despejado un panorama que antes estaba oculto, emboscado, medio pensionista. Hasta no hace tanto, aun hoy, el dueño del toreo era “lo político”. Un neutro que trata de aglutinar a las administraciones, gobiernos de rango distinto, municipalidades, que, por el mero hecho de ser propietarias de las plazas, han dicho cuánto cuesta dar toros y qué toros y qué toreros en España. Si miramos atrás, en Madrid, estos dueños han sido: Aguirre, Ignacio González, Cifuentes… símbolos de la España pulcra. En otras ciudades hay otros de otros partidos. Y sobre y tras ellos, las fotos de los brindis de los toreros, las fotos de los “empresarios sonrientes” al lado de esos que creen que todos somos de la misma condición.

Es cierto que dentro de “lo político” hay políticos honestos y, además, partidarios de lo nuestro. Pero en los últimos veinte años o algunos más, “lo político” se ha hecho losa para el toreo de dos formas: en una estrangulación económica en todas partes y en la fobia de la prohibición en otras. En qué otras. Pues ya ha quedado retratado. Un gobierno de Podemos y PSOE que necesitara de apoyos de otro calado de minorías, dejaría al toreo en el inicio de su desaparición. Así de claro. Y el que no lo quiera ver así, es porque no quiere verlo, porque el toreo es, hoy por hoy, un hecho a desaparecer si mandara este “hecho político”.

Del otro lado, y sobre todo tras el arranque de VOX en su “sin pelos en la lengua”, el PP de Casado parece que al fin se moja para defender a ultranza la Tauromaquia, mientras que Ciudadanos navega en ese mar que, al rato tiene fondo para nosotros, pero al rato puede que se nos niegue el agua. Y el lector dirá. Y eso qué. En qué me toca. Toca que cada aficionado o público de toros ha de priorizar en sus ideas, principios, sentimientos y hasta ideologías y decir qué pinta en ese interior de cada cual la Tauromaquia. Y si de verdad el toreo es una forma de ver la vida, votar en conciencia para salvaguardar esos principios propios, porque ahora el toreo está ya metido en el programa del ideario de lo político de forma irreversible.

Lo mejor que nos podría suceder es que este país y sus comunidades y ciudades fueran gobernadas por gentes que, aun sin conocimientos sobre el mundo del toro, abrieran ventanas, levantaran alfombras, limpiaran la mierda de sus antecesores y trataran a la Tauromaquia desde la igualdad de derechos. No más plazas a dedo. No más sumisión. Se acabó el mal trato

No lo hemos metido nosotros, las gentes afines. Eso es una mentira del tamaño de un continente. En cada declaración, discurso, normativa, entrevista… los políticos han significado qué van a hacer con el toreo si gobiernan. Por tanto, si no es una mentira ni una frase manida eso de que el toreo es una forma de sentir la vida, es hora de retratarse. Todos en las urnas. Si esto del toreo le es vital, que se retrate. Si al adepto y concienciado con el toreo y con el mundo rural le va la vida en ello, que se retrate.

No podemos seguir en la actitud sumisa de los que aceptan cada mal que les sobreviene como si no tuviera forma o fórmula para rebelarse. Está en juego no ser prohibidos y, además, un mejor trato. Y esto último, un mejor trato y no un mal trato, supone que las administraciones dejen de exigir en lo económico porque solo con menos presión, el toreo podrá crecer. Cuando algunos de los políticos de la nueva generación, desinformados sobre estos asuntos, me preguntan cómo está el asunto, les pongo como ejemplo Madrid. La que se supone es la plaza buque insignia bajo el mandato de los supuestos políticos afines. Arruinada económicamente. Porque el pliego que hizo la gente de Cifuentes, con ella al mando, era brutal para el toreo.

Tres millones de euros al año paga la empresa a la Comunidad, más mejoras, más los impuestos, IVA…, y al toreo le queda la pedrea. Con el ainda mais de un contrato extraño, por decir algo suave, en el que se ofrecía la posibilidad de dar otros espectáculos que no se han podido dar. Con el compromiso de adecuar la plaza a las normativas de seguridad que permitan una explotación completa, del que no se sabe qué pasa. De momento, Ángel Garrido ha cometido la imprudencia de “vender” un retejado de las viejas tejas del coso como si de una obra monumental se tratara. Se trataba de que no hubiera goteras en el año 2019, no era para tanto, supongo.

Muy dados al mensaje taurinísimo, al discurso endogámico y doméstico, de a quién ponen, a quién no ponen, a quién quitan… nos ocupamos de nuestras vísceras y no del cuerpo. El cuerpo es el mal tratado. Y el cuerpo es el que vota el día 28-A. Y lo mejor que nos podría suceder es que este país y sus comunidades y ciudades fueran gobernadas por gentes que, aun sin conocimientos sobre el mundo del toro, abrieran ventanas, levantaran alfombras, limpiaran la mierda de sus antecesores y trataran a la Tauromaquia desde la igualdad de derechos, desde la no intervención, la no estrangulación económica y dar paso a la legitimidad de las ideas, de los proyectos, de los trabajos. No más plazas a dedo. No más sumisión. Se acabó el mal trato. Eso.

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