La página de Manolo Molés

Aquella tarde en Benasal

Manolo Molés
domingo 14 de abril de 2019

Los premios tienen que tener forma y fondo. O de lo contrario son lisonjas para amiguetes. Y me puede parecer hasta bien: cada uno premia lo que quiere. Pero los premios que tienen consistencia son aquellos en los que, además de resaltar a una figura, a un personaje, resultan ejemplares por lo que lleva implícito ese premio. Acaba de producirse un ejemplo perfecto para lo que escribo, otra vez en la Francia de la devoción al toro. Porque esta fiesta solo tiene una base, el toro. Y unos protagonistas importantes y necesarios: los toreros. Pero una cosa y otra tienen que casar. Al torero no debe importarle solo su triunfo y su justo interés personal. Al torero, amante de verdad de esta fiesta, le importa que el toro sea digno en trapío, adecuado a la categoría de cada plaza, no elige a diario las mismas ganaderías y hace lo que ahora leeréis del trofeo que acaba de dar “La asociación francesa de veterinarios taurinos” premiando a Emilio de Justo (ojo al parche): “Por su contribución a la puesta en valor del toro bravo”. ¿Qué, cómo lo ves? Para mí es el premio más justo y deseado para cuidar el futuro de la Fiesta. A De Justo le premian por eso, por poner en valor (y hay que tener mucho valor) el toro bravo porque primero por necesidad, y después por convicción, este torero se enfrenta a ganaderías encastadas, a toros bravos, allí y aquí.

Ha sido tan grande en el toreo como humilde es en la vida. Me refiero, claro, a Manuel Vidrié, maestro y una de las columnas sobre las que se asienta parte de la historia, avance y creatividad del toreo a caballo. Yo he entendido con él la diferencia que había entre “torear” y el “número del caballito”. Ha sido el más puro y el más cercano a la Tauromaquia eterna

Para que no quede todo en Francia, lo vamos a ver en San Isidro, por decisión propia, con victorinos, con los familiares de aquel inolvidable Bastonito, o sea, con los toros de Baltasar Ibán, tan orillados por los toreros de ferias. Rincón mantuvo con ese Bastonito el pulso más emotivo que se ha vivido en Las Ventas. Y hasta José Tomás los toreó, creo recordar, en Pamplona; y Emilio Muñoz indultó al toro Comedia de Cebada Gago y Enrique Ponce ha toreado cincuenta victorinos. Todo esto, lo que hacía el inolvidable, y no justamente tratado, Iván Fandiño, es lo que premian esos veterinarios-aficionados franceses: la puesta en valor del toro bravo. Porque si no se hace, dentro de pocos años muchas ganaderías importantes van a desaparecer porque, salvo algunas plazas, prefieren toreros llamativos y toros que se dejen. Pero todas esas grandes ganaderías de la variedad y la casta, el riesgo y la emoción, y el triunfo si eres capaz, pueden desaparecer en la siguiente generación de ganaderos o en la otra, o en la siguiente, pero estamos marcando el camino del adiós.

Hay ganaderías fundamentales en eso tan vital como es la bravura que se aguantan por Francia, por el toro en la calle de mi tierra y por unas poquitas plazas aquí en España. Ese premio a Emilio de Justo por parte de los veterinarios franceses nos debe servir de reflexión porque como dice su premio: “Sin la puesta en valor del toro bravo, lo que viene a continuación es la puntilla para este gran espectáculo”. Medítenlo.

LUPI, LA BATIDA, MOURA, EL TOREO A DOS PISTAS Y VIDRIÉ, LA TORERÍA

Ha sido tan grande en el toreo como humilde es en la vida. Me refiero, claro, a Manuel Vidrié, maestro y una de las columnas sobre las que se asienta parte de la historia, avance y creatividad del toreo a caballo. Ahora le han dado un homenaje más y justificado la afición de Las Ventas. Lógicamente estuve allí. Cuando hablo con dos figuras del rejoneo actual, o sea, con Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura, en las pocas cosas que parece que están de acuerdo son estas: que el portugués Lupi, con Sudeste, trajo el cambio o la batida como quieran llamarlo, y que con el Niño Moura y aquellos caballos con el hierro de Núncio, Ferrollo e Importante, apareció, entre otras cosas, el “toreo a dos pistas”. Pero hay otra fuente que perfeccionó el toreo a caballo de la que han bebido Pablo, Diego y casi todos: la de la torería y magisterio de Manuel Vidrié, el que toreaba a caballo. El que en Madrid y en cualquier plaza, a lomos de Neptuno, de Aranjuez, de J.B., de Hazaña o de Favorito, ponía un par de banderillas con los mismos conceptos de pureza y torería del valenciano Paco Honrubia o del sevillano El Vito. Yo he entendido con Vidrié la diferencia que había entre “torear” y el “número del caballito”. Ha sido el más puro y el más cercano a la Tauromaquia eterna. Ha sido tan grande como innecesariamente humilde.

SOLO TENGO UNA DUDA: SI FUE MÁS GRANDE A CABALLO O A PIE

Más de cien películas del oeste y de romanos tuvieron a Vidrié como extra porque había que ganarse la vida para comprar caballos. Pero de ahí vienen sus mil lesiones de esa columna que ha sujetado la pureza del toreo a caballo y las caídas repetidas en el celuloide del eterno oeste de su vida. Tengo otros muchos recuerdos suyos. Fue y será el mejor comentarista en la televisión de las tardes de rejones. Cuánto aprendimos y ni un error. Cuánta modestia y cuánto talento. Su última tarde, con los huesos ya crujidos, quiso que fuera en el festival de mi segundo pueblo: Benasal. Con estos toreros de a pie: Antoñete, Capea, Curro Vázquez y Ruiz Miguel. Me dedicó su último par y estuvo inmenso en la tarde en que los de a pie parecía que estaban en Las Ventas y tenían que ganarse la temporada. Los cuatro sacaron a hombros a Vidrié. Fue una tarde tan intensa, tan mágica, tan de riesgo, valor, competencia y cojones, que al llegar al hotel se ducharon y quedaron para verse en el bar del hotelito en el balneario. Como si hubieran reventado Madrid -los cinco lo han hecho varias veces-, los dejé al fin solos en la escalera, con dos botellas de whisky, cantaron, se abrazaron y se emborracharon de felicidad y torería. Se la habían jugado en la plaza y tal vez fue la última tarde en la que cinco grandes volvieron a ser ellos mismos.

Estoy seguro de que a Manuel Vidrié le seguimos debiendo su enorme torería. Solo tengo una duda: si fue más grande a caballo o a pie, como tú o como yo. Fue el más puro. Y toreó a caballo con las espuelas del temple.

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