Las verdades del Barquero

Historias de victorinos

La corrida de victorinos del domingo de Ramos en Madrid ha adquirido carácter de clásica solo por haber llegado a su tercera edición consecutiva. Diecisiete toros de Victorino han removido el ambiente en tres años sucesivos. La última edición, tan variable y dispar como las dos previas pero menos brillante, se ha prestado a controversia
Barquerito
viernes 26 de abril de 2019

La del domingo de Ramos fue llamada en su día Corrida de Inauguración porque era la primera de abono. El abono primitivo y el derecho de reserva en la plaza de Madrid perdieron su razón de ser cuando la feria de San Isidro y sus dos semanas seguidas de toros pasaron en los años 60 a absorber y condensar las fechas estelares, esparcidas antes en domingos de primavera, y verano y otoño tempranos. El título de la tal Inauguración perdió su sentido capital aunque se respetara la costumbre de celebrar corridas de toros los domingos de Ramos. Con carteles de menor cuantía.

Luego de dos novilladas previas, en su estreno formal como empresario de las Ventas, 9 de abril de 2017, Simón Casas tuvo la brillante idea de montar una corrida de Victorino Martín con un cartel original que nunca se había dado y nunca pudo volverse a dar: Iván Fandiño, Alberto Aguilar y la confirmación de alternativa de Gómez del Pilar. La cita vino a devolver a la primera corrida de la temporada su antiguo y olvidado esplendor. Algo menos de 18.000 almas en la plaza, tres cuartos cumplidos de plaza.

El pasado 14 de abril, Casas optó por hacer de la corrida de Victorino, la de inauguración del domingo en Ramos, un clásico: por la fecha, por triplicarla, por el hierro, por un cartel de toreros experimentados

Azares taurinos: el toro sobresaliente de la fiesta fue un precioso sobrero de San Martín. Muy abierta de líneas, la corrida tuvo de todo. Un cuarto de 630 kilos que, casi crudo de varas, cortaba la respiración al venir en ataques en tromba sin descomponerse. Una potencia tan extraordinaria como su volumen y su cuajo. Fandiño gastaba engaños pequeños y con muleta tan diminuta se hizo imposible sostener la pelea sin enmienda.

El toro acabó mirón y, por tanto, midiendo, pero sin dejar de arrear. El público de sol estuvo durísimo con Iván. En parte, por írsele la mano con la espada. La correa particular y los cambios de carácter del victorino revoltoso, frenado y hasta tobillero fueron visibles en dos toros: el listísimo primero de Alberto Aguilar, beneficiado luego por el sobrero de San Martín, y el de la confirmación de alternativa, que dejó probados la entereza y el buen sentido de Gómez del Pilar. No fue sencilla la corrida ni se esperaba que lo fuera.

Como se probó feliz el invento, hubo el 25 de marzo de 2018 una segunda edición. El Cid, Pepe Moral y Saúl Fortes. No se trata de ponderar si el cartel tenía más o menos tirón que el de 2017, porque el reclamo mayor seguía siendo Victorino, pero pasó que el domingo amaneció nublado y muy ventoso. La tarde, muy desapacible. Solo se cubrió media plaza. Fortes se llevó el toro de mejor nota, un noble y bravo tercero cárdeno y remangado de ritmo regular y humillado embestir, el son descolgado de los victorinos de entrega sin reserva.

Victorino se quejó de que, sin medida ni razón, le habían dado a la corrida la del pulpo en el caballo, y tal vez lo dijera por las dos varas que cobró ese hermoso toro Mosquero, que, a pesar de sus claudicaciones, atribuidas al castigo de varas, embistió como el carretón

Supo abrigarse Saúl del viento en las rayas de dos tendidos de sol y, casi en tablas, llegó a torear despacio y con primor. Entre desgarro y pureza, su imperturbable firmeza. La mejor tarde de su carrera en Madrid. El rumboso y revolado recibo a la verónica hasta casi el platillo, el remate de dos medias, obligada la segunda, naturales de mano baja, dos tandas de ligazón impecable con su broche de obligados de pecho. Una estocada trasera.

Tras la faena bella con el saltillo casi dulce, llegó en el cierre, y con un sexto de signo contrario -aire fiero, latente violencia-, una faena de particular tensión. Eléctrico el toro, no el torero, que solo cometió un error: prolongar faena cuando con veinte muletazos cabales estaba todo visto y resuelto.

El primer toro de la corrida llevaba una cornada en una nalga, supuraba por ella -el pellejo desprendido en un siete-, arreció una protesta y pasaron de puntillas el toro, de buen aire, y El Cid, que se topó luego con dos enemigos imbatibles: un ventarrón que lo descubría y un toro que no paró ni de pensárselo ni de aprender. Para Pepe Moral fue el lote difícil: un toro que se quedaba debajo y un quinto de hermosísima factura -trapío mayor- que, elástico y felino, tendió a ponerse por delante, que es cómo un victorino le come la moral a quien sea.

En el arranque de su tercer curso en las Ventas, el pasado 14 de abril, Casas optó por hacer de la corrida de Victorino, la de inauguración del domingo de Ramos, un clásico: por la fecha, por triplicarla, por el hierro, por un cartel de toreros experimentados -Robleño, Octavio Chacón y Pepe Moral en esta última edición- y por el dato sentimental de que con la muerte de Victorino padre en octubre del 17 se había decantado definitivamente la sucesión dinástica y Victorino hijo ya había pasado a ser Victorino a secas. Ni los 18.000 del año 17 ni los 12.000 del 18. Poco más de 15.000 almas mal repartidas: llenos los cuatro tendidos de sol y el de sol y sombra de capotes, en los cinco tendidos restantes no se llegó a ocupar ni un cuarto de aforo. Gradas y andanadas, bien, gracias. La tarde, primaveral.

Victorino pronunció una hermética frase: “Prefiero no hablar de los toreros”. De modo que no tan hermética. Y de los toros, que tres y tres, y que tres eran de orejas. Y, quién sabe…

¿Y la corrida? La corrida, cinqueña con la excepción de un tercero que llegó de reemplazo en el último reconocimiento, fue más del gusto del ganadero que del público o de los toreros. La razón del público, atento por la seriedad de los dos primeros toros -el primero, 510 kilos, trapío espectacular, insuperable- y encantado con los sobrios alardes de lidiador de Octavio Chacón en el segundo, fue ponerse del revés al asomar el toro del reemplazo imprevisto, por las feas hechuras sin remate, por su falta de trapío.

Palmas de tango para recibir al cuarto, enlotado por compensación con el temible primero. Casi 100 kilos más, pero ni la mitad del trapío, y de condición diametralmente opuesta. Frente a la fiereza, la nobleza tontorrona del toro que se suelta de engaño o no cumple viaje. Como Chacón se había cortado en la mano izquierda al matar al segundo y estaba en la enfermería, se intercambiaron los últimos turnos de suelta. El sexto de sorteo, quinto de salida, fue un bellísimo toro. Cárdeno, espléndido el porte esbelto, astifino y casi descarado, largo. Un cromo. De distinguido estilo al descolgar. Frágil.

Victorino se quejó de que, sin medida ni razón, le habían dado a la corrida la del pulpo en el caballo, y tal vez lo dijera por las dos varas que cobró ese hermoso toro Mosquero, que, a pesar de sus claudicaciones, atribuidas al castigo de varas, embistió como el carretón. El sexto, zurrado en dos puyazos, cantó la gallina en un intento de tercera vara que no tuvo justificación, y se acabó parando.

Victorino pronunció una hermética frase: “Prefiero no hablar de los toreros”. De modo que no tan hermética. Y de los toros, que tres y tres, y que tres eran de orejas. Y, quién sabe: si no llega a entrar el cuatreño de reemplazo, si el orden de lidia hubiera sido otro, si no se secciona Chacón el dedo corazón de la mano izquierda con la espada, si Pepe Moral no se hubiera sentido blanco de mortificante ira, si Chacón mata a la primera, si Robleño no se pasa de faena con el cuarto, etcétera. Y, sin embargo, se vieron cosas muy dignas de ver.

Cuadro de honor

Se toman datos de las cinco corridas de Victorino jugadas en Madrid desde abril de 2017, y de las cuatro -dos y dos- de Sevilla y Bilbao de los dos últimos cursos, un total de nueve, y sale que los veintisiete puestos de combate se han cubierto de la siguiente manera: Manuel Escribano, cinco corridas, dos en Bilbao, dos en Sevilla y una en Madrid; Paco Ureña, cuatro, dos en Madrid, una en Bilbao y otra en Sevilla; Diego Urdiales, dos, una en Madrid y otra en Bilbao; Antonio Ferrera, dos, en Sevilla; Saúl Fortes, dos, en Madrid y Bilbao; Pepe Moral, dos, en Madrid. Y una por cabeza los diez espadas restantes: El Cid, Robleño, Fandiño, Octavio Chacón, Talavante, Alberto Aguilar, Daniel Luque, Emilio de Justo, Gómez del Pilar y Álvaro Lorenzo.

Fotos: JAVIER ARROYO

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