LAS VERDADES DEL BARQUERO

La música, mercurio de Sevilla

La potestad discrecional de la banda del maestro Tejera para subrayar en la Maestranza con música momentos y faenas recupera todos los años durante la feria protagonismo. En las siete primeras corridas en puntas de preferia y farolillos la banda se ha prodigado mucho menos de lo habitual. Un solo subrayado para lances de capa, inédita en banderillas, acompañamiento a veces discutido de contadas faenas de muleta. La banda es índice de temperatura
Barquerito
martes 14 de mayo de 2019

No todas las orejas de los toros pesan lo mismo. Un cronista tuvo un día la ocurrencia de llamarlas apéndices. Rizando el rizo, otro añadió al apéndice un epíteto: auricular. O sea, una oreja, que se corta, entrega y recoge, y se puede y debe blandir como trofeo, pero también guardar en el chaleco, o tirar discretamente en señal de renuncio porque hay orejas protestadas, de petición mayoritaria o no y, en fin, orejas de poco y de mucho peso. Una o dos. O sí la primera, pero no la segunda. Del peso de los rabos no se habla porque la mayoría de los concedidos son simbólicos y un símbolo no se pesa.

El sopeso es una invención comparable a la del apéndice. Una metáfora, porque el peso de las orejas lo calculan a ojo los presidentes de las corridas. Los taurinos profesionales se agarraron a la fórmula de las orejas de mucho peso de la misma manera que, antes de eso, abrazaron la causa de las vueltas al ruedo con mucha fuerza para distinguirlas de las llamadas vueltas por su cuenta -la cuenta del matador- y de las orejas sin peso.

Todos los reglamentos taurinos vigentes en España -el nacional y los autonómicos- coinciden visceralmente en un punto: su radical presidencialismo. Un presidente acumula tal cantidad de poderes arbitrales que puede, por ejemplo, calcular el peso de una oreja, contar a ojo pañuelos blancos, atender o no las peticiones de cambios de tercio por parte de los matadores en turno, reconocer el sentido de las voces del público o medir las razones para conceder o negar el indulto de un toro. Todo eso y más puede hacer con sus plenos poderes legítimos un presidente de corrida. En una plaza tan seria como la de Bilbao tiene hasta potestad para hacer sonar la música aunque no para hacerla callar.

La banda de música del maestro Tejera tiene en Sevilla papel protagonista. En primer lugar, por su calidad y afinación. El metal suena como en ninguna otra plaza. Armónico estruendo. Es su sonoridad tan rotunda la que permite hablar de una banda empastada como ninguna. Los solistas son sin excepción muy seguros y hasta virtuosos. No hay partitura que no esté bien leída y ensayada. El repertorio abunda en compositores clásicos del género -Lope, Alonso, Marquina, Juarranz, Cebrián…- pero tiene incorporados creadores modernos como Abel Moreno, Talens, Rojas, Araque o Elvira Checa. Su acústica tan redonda puede hacer de la Maestranza en días de toros una sala de conciertos.

La banda del maestro Tejera tiene en Sevilla papel protagonista. En primer lugar, por su calidad y afinación. El metal suena como en ninguna otra plaza. Armónico estruendo

Pero el protagonismo de la banda trasciende de lo meramente musical. Suena por norma en el arrastre de los toros y, desde luego, en el paseíllo, pero es autónoma y tiene la libre potestad de arrancarse para subrayar momentos y faenas que juzgue dignos de ser musicados por el maestro Tristán, su actual director. Paco García ha publicado en el libreto oficial del abono 2019 una sucinta historia de los ochenta años de presencia de la banda de Tejera en la plaza de toros. Queda por averiguar en qué momento la banda se ganó su derecho a intervenir fuera de paseíllos y arrastres. Como sea, la costumbre ha pasado a ser ley. Este año, en las siete primeras corridas en puntas de la feria de Abril -cuatro de preferia y tres de la semana de farolillos-, la banda ha intervenido menos que nunca. Tampoco hay estadísticas, pero el oído atento cae en la cuenta sin proponérselo.

La tarde del primero de mayo, cuando José Garrido se estiró de salida a la verónica con un toro sardo de Torrestrella, la banda se animó con un breve subrayado que encareció el saludo a partir del tercer lance, tercero de una gavilla de cinco rematada con dos medias excelentes. La potencia del toro recién salido hizo muy costoso el compás del lance. No es que la música templara las embestidas crudas y fieras, sino que fueron los brazos o las manos de Garrido. O las muñecas, que es como entre aficionados de Sevilla prefiere decirse.

Y luego pasó que los músicos ya no subrayaron ni un solo lance más en toda la semana que siguió. Ni el casi sofocante ramo de seis voluptuosas verónicas a cámara lenta con que Morante fijó y dejó dormido al primer toro de la corrida de Garcigrande, ni la suavidad insólita de las verónicas de Diego Urdiales con el segundo de la corrida de Juan Pedro Domecq. En las fotos testimoniales aparecen el encaje, la postura y el juego de brazos de Urdiales como el canon mismo de la verónica ideal de manos bajas y vuelo mecido con perfecta geometría. Hay muchas clases de verónicas. Pero esa, tan leve, sobria y risueña, más caricia que lance, resiste la comparación con la que sea y de cualquier época. Por su grado de exigencia entre otras cosas.

La verónica de Morante del 2 de mayo puso carísimo el género. Pero Emilio de Justo, por la vía de los lances genuflexos de recibo, atacó el 4 de mayo, la tarde de los victorinos, por un palo distinto, el de la verónica de brazos, y el efecto fue también perturbador. De otra manera. No es sencillo torear de salida el toro de Victorino. Por violento e incierto de partida. Incluso los de esa corrida del 4 de mayo que tuvo como virtud común, además de la bravura en el caballo, la fijeza. Una fijeza que puede no pocas veces resultar inquietante.

Garrido templó las embestidas crudas y fieras de un torrestrella; Urdiales lució su encaje y juego de brazos; Morante puso carísimo el género; y De Justo atacó por un palo distinto, el de la verónica de brazos

El cuarto toro de la corrida de El Pilar salió con un gas extraordinario, una embestida tumultuosa, y Pepe Moral acertó a acompañar los viajes primeros con lances limpios, acoplados, de riesgo y carácter. Manuel Escribano, que domina unas cuantas suertes de capa, toreó con fugaz emoción en verónicas de manos altas al quinto victorino. Lo había recibido a portagayola, una suerte que suele violentar a los toros y espabilarlos por eso. El resto de intentos de toreo clásico quedó pálido por comparación. Comparan los que a diario acuden a los toros. Su criterio se deja sentir. En vísperas de las cuatro últimas corridas de farolillos, la coda de la feria, se calculaba que la música volvería a intervenir. Por Morante, tal vez. O por Octavio Chacón, que sabe torear a la verónica con particular compás.

Tampoco en banderillas se ha prodigado la banda de Tejera. Ni prodigarse ni estrenarse siquiera. El par más torero de la semana lo puso Curro Javier al sexto toro de Garcigrande, pero, apretado al salir de la reunión, se quedó con un palo en la mano. Si no, cabe apostar que el maestro Tristán se habría animado. Esos pares de banderillas que parecen prenderse con las yemas de los dedos, como esos lances de Morante o Diego Urdiales, parecen imposibles. El escorzo ligero de la reunión, también. Y luego hay que salir andando, que no es el más difícil todavía pero tampoco es sencillo. Ni frecuente. Los toros aprietan para dentro y no para fuera.

Música y orejas de presidente son líneas casi siempre paralelas. Música y bravura, no tanto, pero se arrancó la banda con el quinto toro de Torrestrella, faena meritoria de Joaquín Galdós, tal vez porque el toro, un Lucero cinqueño, tenía música propia. Ningún otro de los cuarenta muertos a estoque de la semana ha embestido con ritmo tan melódico. Ni el sexto de Cuvillo ni el cuarto de Victorino, que fueron quién sabe por qué orden los otros dos toros de podio. Digamos podio. Los aficionados franceses que a diario visitan Las Piletas o el Donald para hablar de toros eligieron la corrida de Torrestrella como su predilecta. No sin motivo.

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