Las verdades del Barquero

Un balance del bombo

Pendientes de jugarse dos de las diez corridas del bombo, la segunda de Alcurrucén y la de Puerto de San Lorenzo, se llevaba la palma la ganadería que nadie quería: la de Adolfo Martín. Tres toros de categoría. Uno de ellos, para hacer sentir a Roca Rey el peso de la púrpura
Barquerito
miércoles 12 de junio de 2019

A las nueve y diez de la noche del 5 de junio se arrastró el sexto toro de la corrida de Garcigrande, Afortunado, número 121, 572 kilos, que fue de muy buena nota. Negro zaino, cinqueño bien cumplido, tenía las hechuras que fueron clásicas en la ganadería de los Osborne y reconocibles al cabo del tiempo en la de Núñez del Cuvillo. El tronco cilíndrico, la cuerna ligeramente abierta, las manos cortas. Y la elasticidad.

De las diecisiete corridas de feria jugadas hasta la noche del 5 de junio, la de Garcigrande fue la única que no pudo pasar entera el reconocimiento veterinario de Madrid. No porque uno de los cinco toros supervivientes llevara el hierro de Domingo Hernández –dos hierros de un solo ganadero según costumbre- sino porque tocó completar el quinteto con un cinqueño de Buenavista, aire de toro viejo, 600 kilos, de pobre fuelle y muy pocas ganas de jugar. Buenavista y Garcigrande tienen un pasado común: su compra de primera mano de Juan Pedro Domecq Solís.

Las hechuras y el son de los cinco garcigrandes fueron dispares. Las ganaderías largas, y la de Garcigrande es una de ellas, se permiten el capricho de enviar a las citas mayores corridas abiertas de líneas, toros de sementales distintos. La de Sevilla, de seis toros y completa, mejor rematada que la de San Isidro, fue, en apariencia, una de ellas. Y la de Madrid también. Si se riza el rizo de las conjeturas, cabe suponer que entre los seis de Sevilla y los cinco de Madrid hubiera algún parentesco cercano.

En una y otra cita saltaron toros de dudosa nota: el cuarto de Sevilla, celoso, llegó a recular, y eso que Morante firmó su más terco empeño de la semana; el tercero –turno de Perera- se paró luego de haberse venido al paso. Dos de los de Madrid, cuarto y quinto, engrosaron el limbo de los toros de vapor, de los que nunca acaba de saberse nada cierto. El quinto, 600 kilos, derribó aparatosamente en la primera vara, pero con la complicidad involuntaria del piquero. El cuarto, cinqueño, probablemente repescado en los reconocimientos, estuvo a punto de derribar un caballo prendido por los pechos. Brusco el uno, parado el otro.

Las ganaderías largas, y la de Garcigrande es una de ellas, se permiten el capricho de enviar a las citas mayores corridas abiertas de líneas, toros de sementales distintos

Pero en la dos saltaron joyas de la corona. El tercero de San Isidro, Poeta, que algunos han calificado anticipadamente como el mejor de la feria. Un toro de delicioso son, que, dentro de los de la crema Domecq del abono, ha sido con ventaja el primero de la clase. Y el muy notable sexto de esa tarde; y el quinto de Sevilla, de pinta y hechuras diferentes a las del Poeta, pero de calidades afines: prontitud, nobleza, entrega.

La de Garcigrande había sido una de las diez ganaderías metidas en el célebre y cuestionado bombo de San Isidro. Las dos de Alcurrucén, las dos de Juan Pedro Domecq -una del hierro de Veragua y otra del de Parladé-, una de las dos de Fuente Ymbro anunciadas en el abono, la de Montalvo, la de Jandilla, la de Puerto de San Lorenzo y la de Adolfo Martín.

Si se mira de otra manera, no entraron en el bombo catorce de las veinticuatro corridas del abono. Es decir: La Quinta, Valdefresno, El Tajo-La Reina, El Pilar, Pedraza de Yeltes, José Escolar, Victorino Martín, Zalduendo y Las Ramblas, todas ellas jugadas por delante de la de Garcigrande; y Baltasar Ibán, El Ventorrillo, Valdellán, Cuadri y la segunda de Fuente Ymbro, pendientes después de los garcigrandes. Los hierros de las corridas fuera de abono –Cultura, Beneficencia y Prensa- no cabían en el cupo del sorteo: Cuvillo, Victoriano del Río y Santiago Domecq.

De los cuarenta y siete matadores anunciados en San Isidro, solo diez entraron en el bombo para ser asignados a las ganaderías en suerte y, disponer, de paso, de la opción de una o dos tardes más en la feria, dentro o fuera del abono. A la opción de la tercera tarde fuera de abono se apuntaron o fueron adscritos Diego Urdiales, Castella, Paco Ureña, López Simón y Roca Rey.

El coco o la bola negra de la rifa era la corrida de Adolfo Martín. La que nadie quería. Se la llevó quien menos la necesitaba para subrayar su paso por San Isidro como torero de máxima cotización en bolsa: Roca Rey. Quien menos la precisaba

La lesión de Ponce en la corrida de los Matilla de Fallas forzó su baja antes de cerrarse carteles –colocado en la de Juan Pedro y en la Beneficencia con cuvillos- y su sustitución por El Juli, que fue, al cabo, el único sin opción a elegir segunda corrida. Esa segunda habría sido, sin duda, la de Garcigrande. Y, si no, cualquiera de las dos de Alcurrucén disponibles. En una y otra hubo premio. Un sorteo es una tómbola.

De los otros cuatro toreros del bombo, solo dos eligieron, además de la asignada, una corrida ajena al bombo: Álvaro Lorenzo, beneficiario de la de Garcigrande, la de El Tajo y La Reina; Antonio Ferrera, asignado en la de Puerto de San Lorenzo, la de Zalduendo, con la que llegó a recrearse. Los otros dos -Perera y Ginés Marín- optaron por alguna de las diez del bombo. Para Ginés, el lote más propicio de la feria: los dos garcigrandes de podio. Para Perera, el mejor con diferencia de los seis de Fuente Ymbro del 15 de mayo. Álvaro Lorenzo habrá sido el torero más perjudicado en los repartos y sorteos.

El coco o la bola negra de la rifa era la corrida de Adolfo Martín. La que nadie quería. Se la llevó quien menos la necesitaba para subrayar su paso por San Isidro como torero de máxima cotización en bolsa: Roca Rey. Quien menos la precisaba pero quien asumía mayores riesgos. En eso consiste el peso de la púrpura.

La suerte, esquiva de partida y nada propicia cuando saltó un tercero de corrida de muy difícil trato, le acabó sonriendo al torero peruano a última hora. La segunda mitad de la corrida de Adolfo ha sido, dentro del género de segundas partes o mitades de corrida, la mejor de las tres primeras semanas de San Isidro, incluidas la de Parladé y la de Victorino. La mejor desde cualquier punto de vista: presentación, fondo y juego. Toros para el público, para el torero y, para honor del ganadero, tres toros de líneas diferentes pero grado de bravura muy parejo.

Se tuvo la sensación de que Roca había salido la tarde de Adolfo excesivamente cargado de responsabilidad y en parte atenazado por ella. Sentiría el compromiso como una amenaza. Su frescura natural, cada vez más rica de recursos, no llegó a aparecer en plenitud hasta la hora de muletear al sexto de la corrida, que se llamaba Madroñito, veleto y descarado, de una de las reatas infalibles de la ganadería.

Apuesta ganada cuando Roca Rey se echó la muleta a la izquierda. Faltó un punto de ambición y otro de confianza para que la fiesta fuera redonda. Y sobraron los gritos destemplados salidos de una grada de sol –vivas al rey, a España y la fiesta, etcétera- que cruzaron el silencio como relámpagos rompenervios justo cuando Roca, con el toro igualado pero algo cruzado, se perfilaba para entrar a matar, operación que hubo de repetir hasta dos veces antes de la definitiva. Los gritos, reventones, aguaron el desenlace. Un pinchazo y una estocada. Y un torero en la enfermería, Manuel Escribano, herido de gravedad por el cuarto de esa corrida. El de más cabal trapío de la feria toda: 528 kilos en báscula. Se llamaba Español.

Fotos: JAVIER ARROYO

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