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Toro en las callesToro en las calles

Déjame que te cuente…

Manolo Molés
sábado 20 de julio de 2019

Yo, como todos los chavales de mi tierra, fui y soy aficionado, al menos, habitual al toro desde la infancia. Todo tipo de espectáculo con toros. El que pasaba con la cuerda por delante de la casa, el que se exhibía en la plaza del pueblo, al que le llevaba el padre o el abuelo a la Magdalena de Castellón, o a las Fallas, o a la Feria de Julio de Valencia (que era mucho más importante que la feria de marzo). O a Vinaroz, con los mejores langostinos que he comido en toda mi vida. Una plaza pegada al mar, en la arena de la playa, y a la que me llevaba mi padre con su amigo Salvador Dalí, que ya muchos años más tarde, trabajando en la Televisión Española con Mariví Romero en el programa Revista de Toros, me permitió hacerle, en su genial guarida, una entrevista en la que yo flipaba en colores y que tuvo mucha repercusión. Me llamaba mucho la atención lo diferente que era este genio cuando actuaba en público de cuando lo hacía en privado. A aquel catalán universal sí que le gustaban los toros.

A aquel genio y a otro paisano suyo que también me impactó por lo listo que era: don Pedro Balañá, el fundador, el currante, el genial, el que manejaba dos plazas a la vez y daba más toros en Barcelona y en Mallorca que en Madrid. El doble. Yo era reportero del diario Pueblo y tampoco era demasiado conocido, y en el hotel donde estaban los toreros nos cruzamos; fue él quien me saludó: “¿Tú eres Manolo Molés?”. Asentí y me dijo esto: “Pues ya que es tu primera visita a mi plaza, y deseo que sean muchas más, a las dos te espero en El Canari de la Garriga y almorzamos juntos”. Después de conocerlo no era raro que Barcelona diera más toros que ninguna otra provincia. Toros en la Monumental y toros en Las Arenas. Y aquel viejo tren, con los asientos de tercera de listones de madera, se llenaba de toreros de Madrid camino del paraíso taurino que era Barcelona. Chenel me contaba muchos años después que aparte de que allí daban más toros que en Madrid, el tal don Pedro “era mucho más generoso que Jardón a la hora de pagar a los toreros”. Curioso cuando debutó Chenel en La Monumental recomendado por Pablo Lozano y por su cuñado, que era mayoral de Las Ventas. Del primer pago ya le sobraron algunas pesetas, pero cada día que triunfaba le doblaba el dinero.

El toro en la calle de mi tierra es una bendición que hace aficionados. Pese a la estupidez, la ignorancia o la mala leche de algunos políticos de ocasión. Mi amor por la Fiesta nace sin remedio en Castellón. Desde Albocácer hasta Zucaina

Barcelona era más importante que Madrid. Y más generosa. Cómo cambia la vida. Y no podías comparar a un payés, catalán listo, comercial y bueno como el viejo don Pedro, que a un argentino de origen, llamado Jardón, que nunca fue aficionado, solo de Antonio Ordóñez, que era su debilidad y al que le dio cuarenta corridas con el precio multiplicado por gusto personal. De aquel derroche el gran rondeño compró una finca fantástica en las faldas de Carmona. Y naturalmente, la finca se llamaba “Las Cuarenta”. Las cuarenta corridas que Jardón, tan desigual en todo, regaló al maestro. Jardón era lo contrario de don Pedro Balañá. Jardón tuvo Madrid (cincuenta años) porque participó en la construcción de la plaza; mandó en Valencia, en Gijón, en Castellón, en Dax y su otro “crimen taurino” lo perpetró en San Sebastián. Con artes dudosas le birló la plaza al viejo Chopera, que era además de la tierra y que era, este Chopera con boina y personalidad, el primero de una familia vasca y taurina de primer nivel. Pues de alguna forma se llevó Jardón la plaza. Y a los pocos años no tuvo valor de estar presente en la indignación de los aficionados. Vendió para hacer pisos el torerísimo Chofre. Nadie entendía este disparate. Jardón compró a alguien en el Ayuntamiento y perpetró el suicidio taurino de San Sebastián. Y sobre la arena de la plaza crecieron torres, edificios enormes. Y dejó sin toros a la ciudad. Y yo no le encontré por ninguna parte hasta enterarme de que se había ido a esconderse a Italia, a Venecia, claro.

MANOLO CHOPERA SE CURRÓ TODAS LAS PLAZAS IMPORTANTES

Es curioso: aunque pasó mucho tiempo San Sebastián sin toros, fue Manolo Chopera, el gran taurino, que se curró todas las plazas importantes de España, Francia y América, el que devolvió, algo tarde ya, la Fiesta a la bellísima ciudad norteña. Pero si Balañá elevó Cataluña (y Mallorca), su coetáneo Jardón fue el primer enemigo que la Fiesta tenía dentro. Lo único que hizo bien (y eso de quitarle algo al prójimo sí se le daba fácil) fue robarle a don Santiago Bernabéu, presidente del Real Madrid, a un tipo muy inteligente llamado Livinio Stuyk, que seguramente sabía poco de toros y de fútbol, pero que era un lince como gestor. Y él fue el que inventó San Isidro y puso algo de normalidad a la empresa Jardón, que se lo birló a Bernabéu.

Vuelvo al inicio. A esa bendición (que hace aficionados) del toro en la calle de mi tierra valenciana. Pese a la estupidez, la ignorancia o la mala leche de algunos políticos de ocasión, que lo mismo se meten en la política por no currar en trabajos más duros. Mi amor a la Fiesta nace sin remedio en Castellón. Desde Albocácer, el primero por orden alfabético, hasta Zucaina, que cierra por orden alfabético, 120 pueblos dan toros. El toro es el vecino natural de Castellón, de Valencia y también de Alicante. Hoy podía haberles contado lo habitual, cosas de la actualidad. Sin embargo, de cuando en cuando, no es que sea bueno mirar hacia atrás, es que conviene poner el retrovisor y ver quién viene en dirección correcta o en dirección prohibida. Y ¿por qué voy yo a hacer caso a tanto tonto analfabeto si Federico García Lorca dijo sin dudar y en público: “creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”? No pienso llevarle la contraria. A los tontos, por supuesto que sí. Pero solo el día que me apetezca. Me aburren tanto…

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