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Rejones

Carlos Ruiz Villasuso
viernes 01 de noviembre de 2019

Más allá de Diego Ventura y Hermoso de Mendoza, el rejoneo tiene un problema en silencio. Más allá de que Ventura haya roto estadísticas mezclando calidad y cantidad, que antes Hermoso haya colocado el rejoneo en el camino de lo casi inverosímil, del problema del rejoneo casi nadie habla. Los dos citados significan una excelencia: no son figuras del rejoneo sino figuras del toreo, un inalcanzable para la gran mayoría. Pero la realidad de esta modalidad de tauromaquia es la que es: que los festejos que se celebran actualmente en España y Francia suman unos 280 cuando, a principio de siglo, la cifra era de 460. El doble.

Dónde colocar y dónde lanzar a los que desean ser rejoneadores en una temporada española de algo más de 150 espectáculos parece tarea difícil. Sí, es cierto que la crisis, a partir del año 2010 sobre todo, se fue tragando a los festejos de rejones, que desaparecían a puñados. Como han desaparecido, es cierto, novilladas y corridas de toros. Pero novilladas y corridas, al menos tienen a alguien que les llore y, de vez en cuando, reflexionamos en voz alta para alertar, con escaso resultado, de esta realidad. Una realidad de reducción que no tiene visos de remontar.

Para el toreo a pie todo son miradas. Para el rejoneo apenas las hay. Pero resulta que el toreo que más ha evolucionado en los últimos años, sacudiéndose de encima estrato (ser rico y o ser noble) y calificativo (hace tiempo se murió “el número del caballito” que abría plaza con un solo toro), es el de esta modalidad. Hoy se le hacen cosas a los toros increíblemente estéticas y arriesgadas. Y no sería maldad pensar que esta modalidad, eliminada la sangre, sería un espectáculo muy vendible internacionalmente, pues el caballo es una mitología de gran apego y belleza en todo el mundo. No es maldad, solo pensar en voz alta.

Si queremos conservar la natural presencia y el natural desarrollo de los rejones, y que éstos no emigren a las tauromaquias incruentas, debemos mirarlos con otros ojos. Porque han sido y son necesarios, porque han ayudado a desarrollar al toreo, porque forman parte de la misma cultura, porque son de la familia, porque siguen teniendo apego en la gente y porque tienen excelencias que apenas alguien podría imaginar hace dos décadas.

Dicho de esta forma, quizás el rejoneo y sus gentes hayan de reflexionar en reinventarse. Quizás una lidia menos lesiva para el toro. Quizás lograr una competencia sin clanes adquiridos. Quizás dejar el monoencaste de lo de Murube para lograr una emoción distinta en las lidias. Pensar en reinventarse, más allá de eso tan logrado de poder llevar a los toros de esa forma tan cercana, de acompañar con temple sus embestidas, de realizar suertes que, insisto, jamás se pensaban en el rejoneo no hace tanto tiempo. Modificar cuestiones de alternativas ciertas para jamás regresar al novillo… Modificar o mirar hacia otras emociones.

Pero lo cierto es que la gente del rejoneo es la más olvidada por la prensa y por los taurinos. No me duelen prendas en decir que me apunto ese déficit. Y lo hay a pesar de que hay un nexo más grande entre Portugal y España con los rejones que con el toreo a pie. Y lo hay a pesar de que el mundo de América no tiene una puesta de desarrollo de esta modalidad de tauromaquia y que son países en donde podría desarrollarse de forma evidente. Hay posibilidades.

Posibilidades de mejora siempre y cuando decidamos que los rejones no son Hermoso de Mendoza y ahora el crack Ventura. Esos son unos fuera de serie aparte. Pero tras ellos hay también excelencias que debemos contar. Y con tanta reducción y silencio, para contar el rejoneo, hoy por hoy, nos sobran dedos de las manos.

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