La Revolera
Manuel Álvarez "Andaluz", con la primera oreja de la historia de San Isidro.Manuel Álvarez "Andaluz", con la primera oreja de la historia de San Isidro.

Al filo del recuerdo

Paco Mora
lunes 01 de junio de 2020

Me he enterado por este portal de que Manuel Álvarez “Andaluz” cortó la primera oreja del ciclo taurino de San Isidro en la Plaza de Las Ventas de Madrid. Fue en la segunda edición -el año 1948- y es evidentemente un dato para la historia del toreo a cuyo engrandecimiento tanto ha colaborado la feria del Santo Labrador en los setenta y tres años que lleva de rodaje. A alguien le leí hace poco que con su colección de la revista Aplausos, editada en Valencia, tiene guardada toda la historia del toreo de la segunda parte del siglo XX y la primera del XXI. Y aunque solo fuera por eso, que hay muchas más razones, todo aficionado que se precie debería acercarse cada semana al kiosco más cercano a su domicilio, para coleccionar la publicación taurina por excelencia que ha sido y es Aplausos a lo largo del tiempo. Y estoy seguro de que, cuando superemos este impasse que nos ha marcado el Covid-19, así seguirá siendo.

Quien esto firma guarda también, junto a Aplausos, buena parte del semanario Dígame fundado por K-Hito como revista de espectáculos con atención especial a la tauromaquia, editado en papel-prensa, así como de la revista El Ruedo, ésta exclusivamente taurina y con gran profusión de fotografías. Un pequeño tesoro que repaso de vez en cuando y cuyas páginas sustituyen en ocasiones mi ya flaca memoria para fechas, carteles y desarrollo del universo taurino durante los años que ambas fueron reinas de la información sobre los avatares de la Fiesta. Y es que no cabe olvidar que la historia con mayúscula la escriben los historiadores, pero del acontecer de cada día dan cuenta las publicaciones periódicas que cuelgan en los kioscos y que son memoria viva de la realidad de su tiempo. Sin ellas, me temo que los historiadores tendrían grandes dificultades para recomponer la gran historia que se nos cuenta en los libros.

Y vamos a Manuel Álvarez, al que tuve la suerte de conocer y tratar durante bastantes años, cuando ya estaba retirado y recalaba a menudo en Barcelona debido a su negocio de comercialización de aceitunas, que distribuía por toda España y varios países de Europa. El punto de reunión era el Café Atlántico, en el primer tramo de Las Ramblas. Me lo presentó Joaquín Carrasco, dueño del establecimiento, un partidario acérrimo y amigo de Jaime Ostos, al que también conocí a través suyo. Manuel Álvarez era ya un hombre maduro, recio, de buena estatura, moreno y con una rizada cabellera que ya empezaba a ralear. Él me habló mucho de los toreros de su época pero sobre todo de Manolete, Pepe Luis Vázquez y Pepín, por el que sentía una especial debilidad. Le vi torear en un festival benéfico y lo recuerdo como un torero muy sólido, con grandes conocimientos de la lidia y un cañón con la espada. No era el clásico añorante de tiempos mejores; jamás me refirió que la primera oreja de San Isidro la había conseguido él. En sus viajes a Barcelona siempre le acompañaba su esposa; una mujer rubia, guapa hasta la pared de enfrente y con esa gracia tan característica de la mujer andaluza culta y refinada.

La última vez que lo vi torear fue en el festival a beneficio de las víctimas de la Riada del Vallés en la Monumental de Barcelona, en el que se lidiaron -en sesión de mañana y tarde- catorce (creo) novillos. Abrieron plaza Carlos Arruza a caballo y Domingo Ortega a pie, y cerró Rafael Pedrosa, pero en el ínterin estuvo muy bien Manolo González y triunfaron a lo grande Pedrés y Andaluz. Ambos volvieron a vestirse de luces animados por don Pedro Balañá y, mientras Pedrés retomó su carrera de modo ascendente, el sevillano toreó una corrida en Palma de Mallorca y otra en Barcelona, y creo recordar que poco más. Su tiempo había pasado. Él ya era historia del toreo.

Desde entonces, siempre que iba a los toros a Sevilla nos solíamos encontrar en la Puerta del Príncipe de la Maestranza y echábamos un rato de tertulia mientras tomábamos un café. Lo recuerdo con aprecio y respeto. Fue un magnifico torero y como amigo oro de ley.

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