Como en la película de John Malkovich, en el toreo también se puede hablar “de ratones y de hombres”. E incluso de “amistades peligrosas”, otra de las grandes interpretaciones del genial actor norteamericano. El torero que tiene la mala fortuna de que se le cuele un ratón en la dirección de su carrera ya puede ponerse como se ponga que, por mucho que camine, siempre estará en el mismo sitio como si lo hiciera por la cinta deslizante de un gimnasio. No digamos de aquellos amigos espontáneos que se mueven junto al matador como las mariposas revolotean alrededor de la luz, siempre empeñados en el “si tú me hicieras caso”. A la corta o a la larga tales consejos sólo le sirven al torero para estrellarse. Aparte de que los “sabios” en cuestión, con tres tardes que no rueden las cosas por la senda del triunfo suelen desaparecer como si se los hubiera tragado la tierra. ¡Dios me libre de aconsejar a un torero sobre el ejercicio de su profesión! Sólo los que han sido alguien en el arte del toreo deberían atreverse a oficiar de consejeros, y eso teniendo en cuenta que las experiencias personales no es seguro que sirvan para otros. Pues incluso el escarmiento en cabeza ajena no pasa de ser una utopía.
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