Un escenario grandioso. Y actual. De eso se trataba. Un ambiente bien cultivado, intenso, rejuvenecido, apretado… hay actividades como quien dice por todas las esquinas. Esa es la Valencia taurina de estos días. Una gozada. No ha faltado casi nadie a la cita, entiéndalo en el doble sentido, porque quien sí ha faltado es el toro ¡casi nadie! Dos tardes dos toros, dos toros diría que excelentes, más aún, distintos, para añadirle más interés al lote, bravo y codicioso el de Victoriano del Río, de mayor templanza el de Jandilla, el resto, incluido un sobrero de Zalduendo, fueron una decepción. Blandos, sosainas, sin emoción. Y lo peor es que cuesta encontrar un motivo: ni estaban fuera de tipo, ni atacados de carnes, ni eran de ganaderías marcadas por el desprestigio, ni baratas, ni el invierno ha sido malo. Que me lo expliquen pues. En realidad no hay explicación. O no la hay más allá de la demagogia, lo contrario no tendría pecio. Y lo peor es que dadas las circunstancias, en tiempos tan convulsos como los que vivimos, hace falta el toro bravo más que nunca. No voy a caer en la tentación, no valen los ventajismos de apuntar a ganaderías que todos sabemos que tampoco embisten, al menos mientras exijamos un toreo como el que exigimos. Tampoco voy a entregar la cuchara de la ilusión, quedan muchas tardes por delante, muchas ganaderías y quiero pensar que de la misma manera que en este arranque tan cuidado dijeron nones, un buen día, Dios quiera que sea mañana, comiencen a embestir por el bien de la Fiesta. Lo necesitamos. Todos. Servidor y cuanta gente sensata pasamos cerca tiene clavado en el corazón los desafueros y culebras que vociferan a diario un grupo de mercenarios frente a la plaza de toros y necesitamos para superarlo la moral que da una buena tarde de toros.
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