Yo no sé si el invierno helará las ilusiones de volver a Barcelona. Y si ese retorno será posible y normal; y si después del rebautizo los invitados nos vayamos y en las tardes siguientes el vacío dé la razón a los censores. No lo sé. Sé que las veces que estuve allí disfruté mucho, con Antonio Santainés, qué afición, qué talento y qué bondad; con Chenel, que amaba esa tierra y esa ciudad porque allí, y no en Madrid, se hizo novillero. O al menos le dieron las primeras novilladas. Y estaba tan a gusto con aquel ambiente de aquella ciudad abierta al mundo y a las corrientes y a la libertad, que se quedó mucho tiempo para crecer como torero por las tardes y perderse en la noche para compensar. Se hizo amigo de César, el mítico delantero; y entrenaba con el Barça y creo que me dijo que fue Daucik, o alguien así, que le vio jugar y quiso ficharle. César le enseñó el sol y la luna de aquella ciudad mágica, abierta y más europea que ninguna.
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