Al ganadero la historia le debe un monumento, el presente le debe dinero y el futuro le debe hasta de callarse. Todo esto se le debe, incluso a pesar de él mismo, pues hace tiempo que dejaron de expresar socialmente lo que son, quedando en un rincón estrecho y caprichoso, al albur del azar de las figuras que quieren sus toros y en medio de una vergonzante injusticia que consiste en pagarles poco y en precios inferiores a los tiempos de la peseta.
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