José Tomás sigue generando alegrías y penas, sobre todo de los que no consiguen contratarle, no sé si a partes iguales pero en todos los casos muy intensas.
Allá donde consiguen anunciarle llegan el alborozo y las prisas por conseguir localidades y las suspicacias, que de todo hay, que si el dinero, que si los compañeros, que si los toros. Interesa, ese es el resumen y lo que le distingue. Lo otro va con el cargo. Y lo tienen que aceptar, me refiero a los que llaman eufemísticamente el entorno de José Tomás. Es el coste del estrellato. Luego, de que el torero responda a las expectativas, de que las exigencias vayan más allá o no de lo permisible, del manejo de ese huracán, depende que el coste o el desgaste sea mayor o menor aunque desde la intransigencia no creo que les vaya a ir muy bien, pero el que la lleva la conoce.
En Valencia todo o casi todo ha girado en torno a él. Seguramente ha tocado demasiados palos: compañeros, toros, extensión del abono, precios en este caso para no subirlos -aunque eso no suponga contención en sus honorarios- e incluso algo tan sagrado por estos lares como la desencajonada que se va a quedar en nada en una época en la que el bou -el toro- tiene más fuerza que nunca. Todo sea por la revitalización de la feria y si, como he escrito en Las Provincias, se consiguiese que esa reanimación no fuese flor de un año además habría que ponerle una placa de reconocimiento.
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